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La capacidad de admiración



En nuestro propio entorno hay multitud de cosas, personas o sensaciones en las que no reparamos porque nos resultan muy habituales, pero que pueden ser muy enriquecedoras para nosotros y dignas de nuestra admiración. La clave está en saberlas observar y apreciar.

1. Saber mirar
2. Admiración por las personas
3. El hombre y la naturaleza

1. Saber mirar

Para poder admirar las cosas, es necesario saber mirar. Esto se consigue con una visión y una actitud positiva ante todo lo que nos rodea y sea merecedor de admiración.

Debemos crear en nosotros la tendencia de ver siempre el lado positivo y no permitir que la belleza y las cualidades de las cosas que forman parte de nuestra vida se conviertan en algo cotidiano o rutinario, ya que perderíamos la capacidad de admiración.

Si sabemos mirar, siempre descubriremos algo nuevo en todo. Las personas, el paisaje, los aromas, la inteligencia, la belleza física, la elegancia... son características que siempre pueden sorprendernos y podremos descubrir en ellas aspectos nuevos que despertarán nuestro interés.

Hay personas con una sensibilidad especial que ven más allá de lo que el resto puede percibir, es el caso de los poetas, pintores, músicos, escultores... tienen una profunda visión de las cosas que las pueden materializar y hacernos disfrutar de ellas. Sus obras despiertan en muchas personas una profunda admiración permitiéndoles disfrutar y enriqueciéndose con ellas.

2. Admiración por las personas

Es fácil admirar a aquellas personas que destacan por su inteligencia, éxito profesional, deportivo o cualquier otra característica que a nosotros nos atraiga. En general, admiramos a quien sobresale o tiene éxito por alguna cualidad que nosotros carecemos o por el simple mérito de su hazaña, como es el caso de los deportistas de élite, de un premio Nobel o de un actor de moda.

Lo difícil para algunos es admirar a personas de su entorno y encontrar en ellas cualidades o facetas dignas de destacar, bien porque creemos que las conocemos a la perfección y que todo en ella es predecible para nosotros o porque con el transcurso del tiempo empezamos a infravalorarlas y no esperamos cambios en ella que puedan sorprendernos.

También existe un tipo de personas incapaces de sorprenderse o de admirar a los demás. Son algunos que necesitan negar el mérito de los demás para valorarse a sí mismo y hacer que los demás lo admiren a costa de infravalorar a otro.

Hemos de tener en cuenta que todas las personas son seres únicos e irrepetibles con características propias y, por tanto, con capacidad para sorprendernos y ver en ellas facetas que despiertan especial admiración para nosotros.

En ocasiones, admiramos muchos pequeños detalles que nos atraen de otros como la forma de andar, de sonreír, de vestir, sentido del humor... y le encontramos un encanto especial que nos seduce y que incluso intentamos imitar.

Es por todo esto, que debemos tener presente que cualquier persona siempre tiene algo que ofrecernos y algo que despierte nuestra admiración. No sólo depende de ella o de sus cualidades sino sobretodo de nuestra disposición hacia ella o forma de verla. Podemos mirar a alguien de forma reflexiva y minuciosa buscando aspectos positivos de su persona o bien quedándonos sólo en la superficialidad de lo que aparentemente demuestra ser.

3. El hombre y la naturaleza

Estamos tan inmersos en nuestro mundo, en nuestra vida cotidiana, trabajo, casa, hijos... que con frecuencia olvidamos contemplar lo que la naturaleza nos ofrece.

Tenemos prisa por llegar a casa, a la oficina o a un centro comercial y no nos detenemos en contemplar la luz de un atardecer, el olor de la primavera o una noche estrellada.

Aunque con frecuencia percibimos todo esto, sólo le dedicamos una fracción de nuestro tiempo para pensar en ello, no nos paramos a mirarlo con detenimiento ni a contemplarlo en toda su dimensión. Esto nos impide admirar la naturaleza y sorprendernos por lo que nos ofrece, pasándonos desapercibido su grandeza y belleza.

Deberíamos tener la costumbre de buscar un hueco en nuestra ajetreada vida para tener un mayor contacto con nuestro entorno. Disfrutar de un día en el campo, la montaña o de un paseo por la playa, y detenernos en el sonido de los pájaros, el olor de las flores, el silencio de las montañas, el ruido de las olas del mar...

La naturaleza nos sitúa ante nosotros mismos, hace que tomemos conciencia de nuestra propia vulnerabilidad, nos hacer reflexionar y nos enseña a admirarla desde nuestra pequeñez. Por otro lado, nos hace darnos cuenta de nuestra grandeza, de nuestra capacidad de sentir, de ver, de oler. Nos hace sentir la suerte de estar vivos y nos hace sentir uno con el entorno.

Con la contemplación de lo que nos rodea todo tiene una dimensión diferente, nuestro mundo cotidiano se empequeñece y los problemas y preocupaciones nos parecen menos importantes. No obstante, no todos tenemos la misma sensibilidad o nos emocionan por igual las cosas.

Dª. Trinidad Aparicio Pérez
Psicóloga clínica. Psicóloga escolar

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