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Capacidad de reflexión


La sociedad está construida sobre el diálogo. Pero dialogar no es simplemente “hablar”.Hace falta también capacidad de interioridad, profundidad, reflexión, de búsqueda sincera de la verdad. Cuando esto ocurre, todos aclaramos nuestras ideas y la verdad sale ganando. La televisión ha servido de vehículo de este diálogo. Pero muchas veces, incluso en debates televisivos en horas de gran audiencia y con personajes importantes, el diálogo sereno y reflexivo pasa al grito, la acusación sin sentido, y la burla del contrario. Así, la verdad sale perdiendo. La “telebasura” ha contagiado hasta los temas más serios. Reproducimos un artículo de Gianfranco Ravasi, publicado en el diario italiano L’Avvenire el 26 de noviembre.



“Hay personas que hablan y hablan... hasta que, al final, encuentran algo que decir. Cuanto menos se reflexiona, más se habla. Pensar es hablar consigo mismo. Y cuando se habla a uno mismo, no se nos pasa por la cabeza hablar a los demás. He tenido ocasión de citar alguna vez un aforismo fulminante de la tradición judía: “El estúpido dice lo que sabe; el sabio sabe lo que dice”. Pues bien, leyendo ayer dos artículos me he apuntado un par de citas que van en la línea del dicho rabínico, y que me he apresurado a proponer en seguida, antes de nadie a mí mismo (que tengo una tendencia inexorable a hablar demasiado), y después también a quien me lee.

La primera frase es atribuida – leo en el artículo – al comediógrafo y actor francés de origen ruso Sacha Guitry (1885-1957). Su observación es casi obvia, sobre todo si se piensa en la televisión: “Palabras, palabras, capaces sólo de desvelar el rostro limpio de las ideas. Sólo por casualidad, y después de mucho parloteo, se puede atisbar la luz de un pensamiento.”

Y aquí viene la otra consideración. Es de un autor más conocido, el barón de Montesquieu (1689-1755), que en un escrito nos exhorta a reflexionar: “Pensar crea silencio, y se alimenta del silencio, porque es un ‘hablar a sí mismo’”. Es precisamente esto lo que le falta a quien habla mucho a los demás, corriendo el riesgo de proponer sólo el vacío, el aire frito, la banalidad. Es esto por lo que son necesarias la meditación, la escucha, la lectura. En sus “Predicaciones vulgares” san Bernardino de Siena tenía una hermosa batuta: “Dios te ha dado dos orejas y una lengua, para que oigas más que hables”.

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