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¿Qué significa tener buen carácter?


Quien en nombre de la libertad

renuncia a ser el que tiene que ser,

ya se ha matado en vida.

Su existencia consistirá en una perpetua fuga

de la única realidad que podía ser.

José Ortega y Gasset



Persona de carácter

¿Qué pensamos cuando decimos de alguien que es persona de carácter? Entendemos quizá la adaptación firme de su voluntad en una dirección adecuada. O la lealtad personal hacia unos principios nobles, que no ceden a las conveniencias oportunistas del momento. O la perseverancia fiel en obedecer la voz de su conciencia bien formada. O quizá la independencia de su criterio frente al qué dirán de quienes le rodean.

Se han dado muchas definiciones sobre el carácter. Un modo de obrar siempre consecuente, cuyos móviles son principios firmes. Constancia de la voluntad en el servicio del ideal reconocido como verdadero. Perseverancia interior en plasmar un noble concepto de la vida. Y muchas más.

-—De acuerdo. Ya tenemos suficientes definiciones. Pero ¿qué puede hacer un padre o una madre para que sus hijos sean personas de carácter?

Primero —y es más importante de lo que parece— tendrás que reflexionar sobre qué principios y qué ideales quieres que tengan tus hijos: de este libro quizá saques algunas ideas.

A continuación, tendrás que procurar que vayan comprendiendo la importancia que esto tiene para sus vidas, y sobre todo que comprendan que nadie podrá hacerlo en su lugar. Y como en las ideas no cabe la imposición, conviene que lo hables de vez en cuando con tus hijos, que quizá son más razonables de lo que parece.

Y te sugiero otra cosa: cuando hables de esto con ellos, pon esfuerzo en hablarles normal.

-—¿Qué quieres decir?

A los chicos les gusta que se dirijan a ellos de modo natural, con voz suave y normal. Porque, no se sabe por qué razón, a muchos adultos les encanta hablarles de estos temas con aire paternalista, cuando no en tono subido y autoritario. Pero como los niños no suelen ser tontos ni sordos, agradecen mucho que se les hable de modo normal, como a los mayores.

Después, tendrás que determinar de qué modo vais a procurar acostumbraros a obrar según esos principios.

Porque lo más difícil no es
formular rectos principios,
que esto se consigue con relativa facilidad,
sino persistir en ellos a pesar de
las cambiantes circunstancias de la vida.

-—Eso es lo que yo digo. Porque buenos proyectos tenemos todos los padres, sobre todo los que leemos estos libros. Pero luego tenemos que llevarlos a la práctica, que ya es difícil, y luego conseguir que los hijos los lleven también a la práctica, que es más difícil todavía.

No es tan difícil. Empieza por cosas pequeñas. Siembra un pensamiento —dice Toth— y segarás un deseo, siembra un deseo y recogerás una acción, siembra una acción y cosecharás una costumbre, siembra una costumbre y segarás el carácter.

De pequeños pensamientos
y acciones
va tejiéndose
la suerte de la vida.

Podríamos decir que el éxito está en descubrir esa natural sucesión educativa:


Motivación en los valores.

Actos favorables.

Arraigar virtudes.

Consolidar el carácter.



Una educación inteligente

Hay muchos padres que centran la educación exclusivamente en los conocimientos, en los idiomas, en las habilidades musicales o deportivas, o en cosas semejantes. Atiborran a sus hijos de academias y de gimnasios, de enciclopedias, ordenadores y diplomas, y luego se olvidan de hacer de sus hijos personas de criterio, con carácter y personalidad.

Con ese esquema educativo producen criaturas de gran fortaleza física pero que son débiles interiormente, cabezas llenas de conocimientos pero sin templar, hombres y mujeres sin principios firmes. Y al final consiguen lo contrario de lo que buscaban, pues dejan a sus hijos indefensos ante el futuro.

-—No cabe duda que es mejor herencia una cabeza bien amueblada y una voluntad fuerte que un montón de títulos y de conocimientos. Pero mejor son las dos cosas.

Por supuesto, pero lo que no sería acertado es sacrificarlo todo en aras de los títulos y los conocimientos.

Es preciso lograr que
padres e hijos piensen
sobre cómo son,
sobre cómo les gustaría ser,
y sobre cómo deberían ser.

Para lograrlo son vitales esas conversaciones sosegadas con cada hijo, procurando formar a un tiempo su cabeza y su corazón, su inteligencia y su voluntad.

Hacerles razonar bien,
hacerles capaces de hacer lo que deben hacer,
y hacerles quererlo hacer libremente.

-—Creo que los padres solemos dar más importancia a educar la inteligencia que a educar la voluntad, y en eso creo que nos equivocamos.

Pienso que si se educara realmente la inteligencia no habría problema, porque cuando las cosas se entienden con claridad y a tiempo, la voluntad se dirige a ellas sin muchas dificultades. Lo que pasa es que a veces se busca sobre todo insuflar conocimientos en vez de en educar realmente la inteligencia.

A veces parece como si la inteligencia fuera el don mejor distribuido, al menos si nos atenemos al escaso número de personas que se quejan de la porción que les ha correspondido en el reparto. Pero cuando un chico es realmente inteligente, enseguida se da cuenta de que sin desarrollar su voluntad apenas hará nada en la vida, y que, si no se esfuerza, lleva camino de ser uno más de los muchos talentos malogrados por usar poco la cabeza.

Con razón se ha dicho que no hay criatura más desgraciada que una gran cabeza huérfana de voluntad, porque esa gran inteligencia, suponiendo que exista, se pierde sin remedio.



Aprender a ser feliz

Los hombres no nacemos felices o infelices, sino que aprendemos a ser lo uno o lo otro. Con la felicidad nadie se topa a la vuelta de una esquina. No es como la lotería, que llega un día de repente. No hay felicidad a bajo precio. Es algo que tiene que forjar cada uno, aprendiendo a ser feliz.

-—Pero mucha gente piensa que es la sociedad quien te hace feliz o infeliz.

Indudablemente nuestro entorno influye en nuestra felicidad, pero la felicidad no puede considerarse como algo externo al hombre, que a uno le toca o no le toca en la lotería de la vida. Verlo así sería disponerse para caer en un conformismo victimista o en una frivolidad irresponsable.

Esos planteamientos cerrados son, además de un error antropológico, la mejor forma de perder la esperanza en la lucha diaria por mejorarnos y mejorar el mundo que nos rodea. Podemos hacer mucho por tomar las riendas de nuestra vida y ser felices.

-—¿Pero se puede ser totalmente feliz?

Total y absolutamente feliz, no. Siempre hay cosas que nos llevan a sentirnos infelices, y a veces son difíciles de explicar. Toda vida humana tiene momentos de dolor, y lo habitual es que sean frecuentes y que llenen la vida de cicatrices que van curtiendo a la persona. Cualquier biografía —apunta Enrique Rojas— está surcada por cordilleras de obstáculos y frustraciones. Asomarse a la vida ajena es descubrir sus desgarros, las señales de la lucha con uno mismo y con su entorno, pero también la grandeza del esfuerzo por salir adelante, por eso que se llama vivir. La vida es un forcejeo permanente con la adversidad.

-—Pero si la vida es tan dolorosa y difícil, ¿cómo se puede ser feliz?

No debe confundirse la felicidad con algo tan utópico como querer pasar toda la vida en un estado de euforia permanente, o de continuos sentimientos agradables. Eso sería una ingenuidad. Quien pensara así, estaría casi siempre triste, se sentiría desgraciado, y su familia probablemente también.

Digo que su familia también, porque los demás notan todo eso perfectamente. Muchos padres, por ejemplo, viven con la idea romántica de que los chicos no se enteran de nada de lo que pasa en la casa, que son felices y se pasan el día riendo y jugando, disfrutando con sus cosas y ajenos a la tristeza o la alegría de la familia.

Sin embargo, detrás quizá del candor de su sonrisa, o de esa mirada preocupada, lo ven todo. Y reflexionan. Y muchos sienten una terrible soledad. Y a lo mejor no tienen con quien hablar con confianza, a quien contarle que sufren viendo el ambiente triste de sus padres y de toda su casa.

-—Pero la tristeza o la alegría es algo que depende mucho de la disposición hacia ella con que haya nacido cada uno...

Cada uno nace con una cierta disposición a la alegría, con distinto humor. De acuerdo. Pero, junto a ello, para llegar a la alegría es preciso luchar por alcanzarla e incorporarla a nuestro carácter.

-—Es fácil cuando uno no tiene preocupaciones...

Pero es necesario hacerlo para alejarlas. Y tendrás que superar esos bajones en el estado de ánimo, y quizá dejar alguna cosa que no es tan importante y sacar tiempo para sentarte un rato con el resto de la familia y charlar, aunque a lo mejor no te apetezca mucho. Y será el momento de hablar sobre esos detalles que tanto pueden mejorar el ambiente de la casa, esas gratificaciones mutuas que llenan de alegría el hogar.

Reflexiona sobre el talante con que afrontas las cosas negativas, y así, al conocer lo que te hace sentirte desgraciado, o lo que hace sentirse desgraciados a los demás, podréis combatirlo mejor.

Si te paras a pensar, a lo mejor caes en la cuenta de que estás esperando a circunstancias que probablemente nunca van a llegar. Piensas que serás feliz cuando no tengas esas preocupaciones, o cuando te vuelva la salud perdida, o cuando finalice aquella ocupación absorbente, o cuando sea, pero siempre queda como algo lejano. Y sabes bien que cuando pasen esas circunstancias llegarán otras, y corres el peligro de consumir tu vida esperando esa utopía.

Tienes que aprender
a encontrar la felicidad
en la brega normal de cada día.



Talante positivo

Hace poco leí que ante el sufrimiento y las contrariedades es donde la mayor parte de la gente muestra su verdadero rostro. En otras situaciones es más fácil aparentar, pero en la antesala del quirófano, o ante una desgracia o un contratiempo importante, la gente suele abandonar toda inhibición y mostrarse tal como es.

Entonces se distingue muy bien a la gente positiva y a la negativa. Te encuentras, por ejemplo, a unos enfermos que sonríen, que te dicen que las cosas van bien, que sus dolores son quizá fuertes, pero soportables; que han visto a otros que están mucho peor que ellos y que no pueden quejarse; que no han perdido la alegría ni las ganas de vivir; que están agradecidos por los cuidados que reciben. Son la gente positiva.

Y hay otra gente, negativa, a quienes cuesta más ir a visitar cuando están enfermos. Ellos, o quienes les rodean, o unos y otros, no paran un momento de hablar de sus enfermedades, de sus terribles dolores, de sus interminables sufrimientos, de los imperdonables fallos que tienen con ellos los médicos y enfermeras, y de no se sabe cuantas cosas más. Y se pasan horas hablando de sus padecimientos, y de lo que les queda por pasar, haciendo mil profecías de sus supuestas desgracias.

-—Pero esa gente suele ser tan negativa porque la vida le ha debido cargar de malos tragos. Probablemente no sea culpa suya.

Creo que no es ése el problema. Muchas veces resulta objetivamente más dolorosa y difícil la situación de quien menos se queja. A lo mejor esperas encontrar abrumada a una persona que ha sufrido una desgracia importante, y luego la ves muy entera. Y, por el contrario, te encuentras a otra totalmente hundida por una tontería, cuando lo tiene casi todo. ¿Por qué? Creo que es que son dos formas de afrontar la vida.

Piensa en tu vida. A lo mejor estás triste y tu situación no es objetivamente tan difícil. O, aun suponiendo que lo fuera, piensa si merece la pena dejarse arrastrar por la desesperanza.

Piensa en que hay gente
que lo pasa mucho peor
y sabe sobreponerse.

Los conoces, quizá. Examina su forma de ser y de pensar. Intenta aprender de ellos.



Razones para sonreír

«¿Cómo es que usted sonríe siempre, cómo se las arregla para estar siempre contenta?», preguntaron no hace mucho a una mujer famosa bastante sensata.

Explicó que ella también tenía, como todo el mundo, sus momentos de tristeza, de cansancio, de inquietud, de malestar.

«Pero conozco el remedio, aunque no siempre sepa utilizarlo: salir de mí misma, interesarme por los demás, comprender que quienes nos rodean tienen derecho a vernos alegres.

»Pienso que cuando sonrío y me muestro alegre, al hacerlo, comunico felicidad a los demás, aunque yo a lo mejor lo esté pasando mal. Y, al darla a los demás, me sucede —como de rebote— que crece también en mi interior.

»Creo que quien renuncia a estar siempre pendiente de su propia felicidad y se dedica a procurar la de los demás, se encuentra casi sin darse cuenta con la propia.»

Por eso, las personas que se esfuerzan por sonreír aunque no tengan ganas, acaban por tener ganas de sonreír.

-—¿Y eso no son ganas de engañarse a uno mismo tontamente? Para sonreír debes encontrarte alegre. Si no lo estás, sería algo antinatural.

El buen humor es una victoria sobre el propio miedo y la propia debilidad. La gente malhumorada suele esconder su inseguridad o su angustia detrás de un talante brusco y distante, y con el tiempo eso acaba haciéndose habitual y se convierte en un rasgo de su carácter. Cuando eso sucede, se hace más difícil que el buen humor salga de modo natural, pero eso es así porque esa persona ha alterado lo que debe ser connatural al hombre. Estará sumida en un círculo vicioso del que debe procurar salir, con un poco de esfuerzo. Y eso no es antinatural, sino todo lo contrario: es lo que reclama la naturaleza.

-—Pero hablas de los efectos de miedos y debilidades, y miedos y debilidades tenemos todos los hombres...

Precisamente por eso, la diferencia entre unos y otros está en el modo de afrontarlos. Lo sensato es hacerlo con un poco de buen humor, riéndose un poco de uno mismo si es necesario.

Todo lo que se hace sonriendo siempre nos ayuda a ser más humanos, a moderar nuestras tendencias agresivas, a ser más capaces de comprender a los demás e incluso a nosotros mismos.

Es una gran suerte
tener alrededor
personas que saben sonreír.

Y la sonrisa es algo que cada uno tiene que construir pacientemente en su vida.

-—¿Construir? ¿Con qué?

Con equilibrio interior, aceptando la realidad de la vida, queriendo a los demás, saliendo de uno mismo, esforzándose en sonreír aunque no tengas muchas ganas; ya lo hemos dicho antes. Es algo que hay que practicar con constancia.

-—Pero no se puede tomar todo en la vida en plan gracioso. Hay muchas cosas que no tienen ninguna gracia...

Pero aunque no tengan ninguna gracia, siempre se puede sacar de ellas alguna enseñanza, algún bien, aunque a veces sea difícil encontrarlo, o tardemos años en comprenderlo. No me refería a tomarse las cosas siempre a broma, aunque en algunas veces sí puede ser útil desarrollar la capacidad de aplicar el buen humor para quitarle carga trágica a las contrariedades.



¿Por qué no eres más feliz?

Es curioso cómo muchas personas piensan que la felicidad es algo reservado para otros y muy difícil de darse en sus propias circunstancias.

Corremos el peligro —nosotros y los chicos— de pensar que la felicidad es como una ensoñación que no tiene que ver con el vivir ordinario y concreto. La relacionamos quizá con los grandes acontecimientos, con disponer de una gran cantidad de dinero, o tener un triunfo profesional o afectivo deslumbrante, o protagonizar hazañas extraordinarias..., y no suele lograrse con eso.

La prueba es que la gente más rica, o poderosa, o más atractiva, o mejor dotada, no coincide con la gente más feliz.

-—¿Eso no es un tópico, y ya algo antiguo? Como si para ser feliz hubiera que ser pobre, miserable y desafortunado...

De entre los pobres, miserables y desafortunados, unos son felices y otros no. Y entre los ricos y poderosos, los hay también felices e infelices; para verlo, basta con echar una ojeada a las revistas del corazón.

Eso demuestra precisamente que la felicidad y la infelicidad provienen de otras cosas, de cosas que están más en el interior de la persona. Conviene pensarlo, y hacérselo pensar a los chicos, ahora que están trazando sus planes de futuro.

Chejov decía que la tranquilidad y la satisfacción del hombre están dentro de él mismo, y no fuera. Que el hombre vulgar espera lo bueno o lo malo del exterior, mientras que el hombre que piensa lo espera de sí mismo.

Muchas veces sufrimos, o nos embarga un sentimiento de desánimo, o de agobio, o de fatiga interior, y no hay a primera vista una explicación externa clara, porque no hemos tenido ningún contratiempo serio, ni tenemos hambre, ni sed, ni sueño, ni nos falta la salud ni las comodidades que son razonables.

Son dolores íntimos, y si investigamos llegamos a descubrir que están causados por nosotros mismos. Y muchas de las quejas que tenemos contra la vida, si nos examinamos con sinceridad y valentía, nos damos cuenta de que provienen de nuestro estado interior, de cosas muy secundarias, del egoísmo.

Muchas veces pasamos penas grandes por contratiempos mínimos. Cuántas veces, por ejemplo, una persona puede estar decaída y desalentada, con una tristeza que le dura, a lo mejor, varias horas, o varios días, simplemente porque su equipo, al que sigue con tanta pasión, ha perdido tontamente un partido de fútbol. O por pequeños y tontos contratiempos del lugar de trabajo, o de la clase. O por esos disgustos familiares que también empiezan por una tontería. Todo son tonterías que, por separado, se ve que no son cosas que tengan gravedad para producir tanto disgusto.

Piensa en las causas. Piensa si esa infelicidad puede provenir de acostumbrarse a ver con tanto dramatismo las pequeñas derrotas personales. Derrotas, además, que con el paso del tiempo y vistas en el conjunto de la vida pueden resultar victorias

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