Ir al contenido principal

Un ardiente «Dios te salve » le salva la vida


En una fragata, durante una misión, se descubre, sin duda a la salida de un combate, la ausencia reciente de un marinero miembro del equipaje. Como sucede siempre en estas circunstancias, la búsqueda fue organizada inmediatamente en dirección a todas las orillas hasta tener que aceptar la evidencia: el ausente había caído al mar.

El comandante, entonces, anula la misión, manda dar media vuelta y rehacer el camino recorrido en las últimas horas, la zona explorada es cada vez mayor, tanto como la duda que invade a los centinelas desde la pasarela del barco y el desaliento del personal a bordo.

Cadiou, responsable de maniobrar el torno de salvamento, desde su lugar posee una vista parcial del océano. Después de varias horas de búsqueda infructuosa, observa con consternación que el sol se acerca al horizonte, pues sabe muy bien que un hombre sin chaleco-salvavidas no puede resistir mucho tiempo en la superficie.

Invadido por un sentimiento de impotencia y desesperanza, piensa súbitamente que lo que es imposible al hombre no lo es para Dios. Le dirige entonces una ardiente oración a la Virgen María, y en su interior formula un «Dios te Salve».

Murmuraba las últimas palabras de la oración de los humildes, cuando un punto minúsculo entre dos olas le llama la atención. Sin mayor seguridad, le pide al piloto orientar el barco en esa dirección.

A medida que avanzan en la dirección indicada, primero la duda, luego una esperanza loca se apodera del equipaje y pronto la realidad se impone, se trata ciertamente del náufrago, todavía vivo aunque muy extenuado. Rescatarlo no será una dificultad para el equipaje bien entrenado en estos asuntos.

Las circunstancias de su rescate contadas en corro por Cadiou no suscitarían la burla de sus camaradas, pues el desafío que representó el increíble desenlace era demasiado inesperado.

Relato de Jean-Louis Lefèvre, oficial de la marina de reserva

Comentarios

Entradas populares de este blog

La prueba final de amor

John X se levantó del banco, arreglando su uniforme, y estudió la multitud de gente que se abría paso hacia la Gran Estación Central. Buscó la chica cuyo corazón él conocía pero cuya cara nunca había visto, la chica de la rosa. Su interés en ella había comenzado 13 meses antes en una Biblioteca de Florida. Tomando un libro del estante, se encontró intrigado, no por las palabras del libro sino por las notas escritas en el margen. La escritura suave reflejaba un alma pensativa y una mente brillante. En la parte del frente del libro descubrió el nombre de la dueña anterior, la señorita Hollys Maynell. Con tiempo y esfuerzo localizó su dirección. Ella vivía en Nueva York. Él le escribió una carta para presentarse y para invitarla a corresponderle. Al día siguiente, John fue enviado por barco para servir en la Segunda Guerra Mundial. Durante un año y un mes, los dos se conocieron a través del correo, y un romance fue creciendo. John le pidió una fotografía, pero ella se negó. Ella sentía

La inquietante historia de una niña ingenua chateando en Internet

El anonimato que permite la red es un peligro para los menores Los menores suelen estar solos ante los peligros de la red. Esta historia llegó al correo electrónico del director de El Confidencial Digital, Javier Fumero, que la publicó en uno de sus artículos. El caso de esta niña se podría dar en cualquiera de los hogares de nuestros lectores: Tras dejar sus libros en el sofá, ella decidió tomar un bocadillo y meterse en Internet. Se conectó con su nombre en pantalla: ‘Dulzura14′. Revisó su lista de amigos y vio que ‘Meteoro123′ estaba enganchado. Ella le envió un mensaje instantáneo Dulzura14: Hola. Qué suerte que estás! Pensé que alguien me seguía a casa hoy. Fue raro en serio! Meteoro123: RISA. Ves mucha TV. Por qué alguien te seguiría? No vives en un barrio seguro? Dulzura14: Claro que sí. RISA. Creo que me lo imagine porque no vi a nadie cuando revisé. Meteoro123: A menos que hayas dado tu nombre online. No lo hiciste, verdad? Dulzura14: Claro que no. No soy estúpida, Ok! Meteoro