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Profesionalidad en el trabajo


Muchas veces buscamos la excelencia en el trabajo. Excelencia es eficacia y eficiencia. Buscamos mejorar, profesionalizar, nuestro trabajo, y eso requiere esfuerzo diario, capacitación, heroicidad y una filosofía de vida.

“El ideal griego de la heroicidad está dotado no sólo de grandeza, sino de verdad, de una verdad imperecedera: el hombre está hecho para cosas grandes (…). La revelación cristiana no niega el ideal de la heroicidad, sino que la universaliza”, dice don José Luis Illanes. Así lo testifica el conjunto de la tradición cristiana.

La condición para santificarse requiere una premisa: No se puede santificar lo que no se ama, lo que no se acepta, lo que se rechaza quejumbrosamente. Plantearse: Si trabajáramos en una empresa y nos evaluaran, ¿qué rendimiento encontrarían? Nos subirían de puesto o nos bajarían el sueldo.

Un criterio inefable para discernir cuanto se ama o no la realidad que nos rodea, nos lo proporciona la alegría. La alegría ──dice un profesor de la Universidad de los Andes (Chile), Jorge Peña──, entraña una afirmación de lo creado, es consecuencia del amor y fruto de las virtudes. Al respecto Nietszche decía que es “fácil organizar una fiesta, pero lo difícil es dar con aquellos que se alegran”. Pieper dice: “Para estar alegres es necesario aprobarlo todo.

A pesar de los desgarrones existenciales puede haber alegría cuando existe verdadero afán de superación que asiente sus bases en la íntima aceptación de sí mismo. A veces no aceptamos nuestro peso, nuestra talla, nuestra situación, nuestra biografía, nuestras dificultades. Sin embargo, todo cambio supone una previa aceptación de uno mismo (cfr. Jorge Peña Vidal, Mística ojalatera y realismo en la santidad de la vida ordinaria).

Decía un sabio mexicano: “Si tú cambias, los demás también cambian”. Acostumbramos echarle la culpa de lo que pasa a los demás y a las circunstancias, y pocas veces nos planteamos el cambio personal.

Hay que procurar la perfección en el trabajo y en las cosas pequeñas porque la búsqueda de la santidad está en las ocupaciones habituales de cada jornada. Hay que trabajar profesionalmente porque el trabajo es medio de mejoramiento y de servicio a los demás. Además, para trabajar con sentido sobrenatural, poniendo la fe por obra, los cristianos coherentes procuran dar a la tarea profesional su sentido más pleno: ponerlo en relación con la misión redentora de Cristo.

Se ha de buscar la perfección humana en el trabajo porque, para santificarlo, hay que cumplir ineludiblemente una primera condición: trabajar bien. El trabajo no es un pasatiempo o un juego, porque si se dedica a Dios, no se le debe ofrecer lo defectuoso, sino lo bien hecho.

Cualquier trabajo digno y noble puede convertirse en quehacer divino. No hay tareas de poca categoría. La calidad del oficio depende del que lo ejercita, de sus disposiciones y del amor de Dios con que lo realiza. Cuando una madre de familia gobierna su casa, hace una labor profesional admirable, que llena de paz y de alegría su casa.

Si una persona consigue ser alma de oración, de allí va a sacar la fuerza para la lucha. Es importante aprender a ponerse metas y a evaluarlas. ¿Hice lo que me propuse la semana pasada?... Hay que evaluar. Hay personas que con su sola presencia siembran alegría y paz porque con su propio ser y su elegancia interior contribuye al bienestar y al bien-ser de los demás.

Aprovechamiento del tiempo. Hay que hacer rendir el tiempo y las cualidades personales. Una señora supernumeraria del Opus Dei que ya murió, estaba en silla de ruedas con esclerosis múltiple, y siempre se mantuvo ocupada: hacía la comida todos los días, y le lavaba la ropa al marido, además practicaba la medicina homeopática y no le cobrara a los que no tenían dinero. No tuvo hijos y los echó en falta, y no quería llegar al tribunal de Dios con las manos vacías.

Lo que el movimiento Slow Food (comida lenta) predica que las personas deben comer y beber lentamente, dándose tiempo para saborear los alimentos, disfrutando de la preparación, en convivencia con la familia, con los amigos, sin prisa y con calidad. La idea es contraponerse al ánimo del Fast Food y lo que éste representa como estilo de vida. La base de todo está en el cuestionamiento de la "prisa" y de la "locura" generada por la globalización, por el deseo de "tener en cantidad" (nivel de vida) en contraposición al de "tener en calidad de vida" o "Calidad del Ser".

Por tanto, esa "actitud sin prisa" no significa hacer menos ni tener menor productividad. Significa sí, trabajar y hacer las cosas con "más calidad" y "más productividad", con mayor perfección, con atención a los detalles y con menos estrés. Significa retomar los valores de la familia, de los amigos, del tiempo libre, del placer del ocio constructivo, y de la vida, en las pequeñas comunidades. Significa retomar los valores esenciales del ser humano, de los pequeños placeres de lo cotidiano, de la simplicidad de vivir y convivir, y hasta de la religión.

Significa un ambiente de trabajo menos coercitivo, más alegre, más leve y por lo tanto, más productivo, donde los seres humanos realizan, con gusto, lo que mejor sabe hacer o dedicación de aprender lo que no sabe.

Goethe dice:”No hay ningún signo externo de cortesía que no tenga una profunda razón de ser moral”.

La cortesía en el hogar

Para vivir la profesionalidad el ser humano necesita un mínimo de bienestar y de cariño. Por eso se han de valorar las virtudes de la convivencia: afabilidad, cordialidad, saber sonreír, estar en lo pequeño, cuidar el modo de vestir, de hablar, de comer. Hay que tener delicadeza para tratar las cosas materiales: encender una luz cuando oscurece, apagarla cuando es innecesaria… Luego, respetar el silencio y descanso de los demás. A veces consideramos falta de cortesía no hablar con la persona de al lado, si la conocemos, y estará bien hacerlo, pero en un viaje de tres horas no es necesario hablar las tres horas.

Una norma de la convivencia consiste en estar alegres. El pesimismo, por el contrario, produce incomunicación y alejamiento. La alegría es parte de la buena educación, y ayuda a hacer un ambiente amable.

De nosotros no sólo hablan las palabras, sino también nuestro porte externo: la forma de andar y movernos, la expresión del rostro y la mirada. Un lenguaje, sin duda, distinto al verbal, pero muy contundente[1]. Por más confianza que haya, debemos mostrar delicadeza en las cuestiones fisiológicas, como sonarse, rascarse.

Hay que afinar en saber escuchar. Nos perdemos de información interesante por no sabe escuchar. A veces llega una persona a una reunión donde la conversación está iniciada y, en vez de escuchar, interrumpe la charla con lo que trae en la cabeza. Dice la Biblia: “vuestra conversación sea siempre agradable, sazonada de sal, de suerte que acertéis a responder a cada uno como conviene” (Colos IV,6). Las incorrecciones en el hablar, la falta de educación, suelen revelar una ausencia de finura espiritual, de calidad en el amor.

La delicadeza en el trato, la sonrisa, la amabilidad, hacen olvidar las preocupaciones y sentirse bien en familia, suavemente empujados hacia la santidad. Hemos de vivir una caridad que no rechaza nunca, aunque alguna vez nos encontremos incómodos, heridos o preocupados.

Oración del buen humor. Autor: Santo Tomas Moro

Señor, dame una buena digestión, pero también algo para digerir. Dame la salud del cuerpo y el buen humor, necesario para mantenerla.

Dame, Señor, un alma sencilla que sepa sacar provecho de todo lo que es bueno y no se asuste cuando vea el mal, sino mas bien que se encuentre el modo de poner las cosas en su puesto.

Dame un alma que no conozca el aburrimiento ni los refunfuños, suspiros o lamentos, y no permitas que me atormente demasiado por esa cosa demasiado incómoda llamada "yo". Dame, Señor, el sentido del buen humor. Amen

Se ha descuidado la urbanidad en casi todos los países, ponen de moda la vulgaridad, cuando lo propio del ser humano es la dignidad. Está para pensarse lo que Juan Pablo II sintetizó sobre la solidaridad: “buscad, siempre y en todo, pensar bien de los demás; buscad, siempre y en todo, hablar bien de los demás; buscad, siempre y en todo, hacer el bien a los demás” (Homilía, 4-IV-1987, n. 6).


Autora: Rebeca Reynaud

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