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¿Cuántas perdidas has hecho hoy a Dios?



Pues eso. ¿Cuántas? ¿Y a tu novia o a tu mujer o a tu amigo? La comparación puede que nos deje en evidencia y nos dé apuro contrastar la realidad; la comparación nos puede ayudar a hacernos una ligera idea de donde se encuentra nuestro corazón. Y sin contar las llamadas, los mensajes, los correos. Venga, ¿cuántas veces hoy hemos dirigido un breve pensamiento a Dios, nos hemos acordado de Él? Seamos sinceros. ¿Cero pelotero? Bueno, bueno, puede que un par de veces. O a primera hora, que me he visto en un atolladero o repentina niebla. Vamos a ver, que no nos enteramos. Dios tiene móvil. Un móvil de una capacidad de memoria impresionante. Y de misericordia (eso sí que es “tecnología” punta). Le llega de todo. No se le escapa una frecuencia de alma. Su secreto no es la nanotecnología, es más bien el Amor infinito, salvífico. Y responde siempre. Dios tiene Alma-móvil, como nosotros. Y llama, nos llama, con una autonomía eterna, y con paciencia divina, y delicadeza extrema. Otra cosa es que nos hagamos los suecos (u otro tipo de gente no siempre escandinava), o tengamos la nuestra -el alma- en silencio, o apagada, o medio lela. Despertemos, puede que sea hora de espabilar de esa modorra espiritual en la que no sacamos nada en limpio. Que ya vamos teniendo experiencia y somos mayorcitos.

Mi mujer recibe del orden de veinte perdidas al día. (En otros casos es la novia, el novio o el marido o una hija, etcétera). Está claro: la quiero. Me robó el corazón y, pese a los misterios femeninos -o precisamente por ellos-, la quiero, le hago saber que estoy aquí, que la recuerdo, que es lo primero, que me tiene loco, que no me acostumbro, que ya no sé que hacer para decirle todo lo que siento y cómo siento mis meteduras de pata, y que quisiera estar ahí, con ella. Juntos. Siempre. ¿Qué sentido tiene que no esté con ella? Es el amor que sólo quiere unidad, saber del otro, por mínima que sea la señal. Pues Dios igual. No, igual no, mucho más. ¿A qué esperamos para soltar el lastre de la desidia y de una absurda vergüenza? Busquemos Su Nombre en la agenda. Las cosas cuanto antes. No tardaremos en escuchar Su voz. Nadie se queda sin respuesta. Puede que al principio nos cueste y andemos descreídos, puede que no sepamos identificar Su voz en esas palabras de un amigo o en un suceso inesperado que nos hace reflexionar. O puede que no acabemos de entender o que nos parezca que es todo en balde. Pero hay que perseverar. El amor es también perseverancia, insistir en esas llamadas, en esas perdidas, con la seguridad de que somos escuchados y queridos como no nos podemos hacer idea.

No es mal examen de conciencia para calibrar el estado en el que está mi alma, mi relación con Cristo, mi felicidad genuina. ¿Cuántas perdidas le he enviado hoy al Autor de mis días? De entrada, como decía, igual uno se asusta. Por lo necio que puedo llegar a ser, por lo desagradecido, porque puede que apenas quede rastro de fe (lo cual es cada vez más frecuente, o se trata de una fe desvaída). Puede que desde la primera comunión no tenga noticia de mí, o desde antes de las vacaciones, o desde un ataque súbito de emoción pía cuando se murió la abuela y que duró dos días, o… El cristianismo no tiene sentido si uno no está enamorado de Cristo, y lo demuestra. Todo lo demás es filfa, adorno, piruetas o puede que hasta teología. (Se ven cosas muy raras hoy en día y es que el déficit espiritual es de aúpa). Un padre del montón -o madre- está esperando como agua de mayo que su hijo le cuente, le diga, le exprese, le enumere sus sueños y aspiraciones. Venga, por Dios, ¿tanto cuesta un par de perdidas para empezar? Nada especial. “Oye, Dios, échame mano al alma, y al trabajo”. “Dios, me cuesta reconocerlo, pero te necesito ahora”. O ni eso. “Dios mío, ya sabes”. O “buenas días Jesús”. El amor necesita comunicarse, darse, anticiparse. Necesita de estos detalles, posiblemente nimios, pero detalles necesarios. ¿Dónde tenemos el corazón? Puede que hasta en un gato persa, o en unos libros, o en una colección de chapas, o en Internet, o en el coche tan limpito, o en la ropa, o en el sexo, o en la cuenta corriente. ¿No suena todo esto como muy pedestre por muy bonito, provechoso y orgásmico que sea? ¿Es eso la vida para nosotros, lo que realmente queremos? ¿Meras apariencias de vida? Apañados estamos. Y es que nos olvidamos de sintonizar el alma con Cristo. De enviarle alguna que otra perdida (que nunca se pierde). No tardaremos en recibir respuesta. Dios espera cualquier señal, por mala o pequeña que sea, para abalanzarse sobre nuestro corazón con todo Su Corazón divino. Y humano.

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Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me ha encantado

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