Conforme pasaba el tiempo, nada me llenaba. Me daba lo mismo salir que no salir, beber que no beber, estar con una chica que no estar... Un día, mis padres me invitaron a asistir a la peregrinación que la diócesis de Toledo organizaba a Colonia con motivo de la JMJ. Después de mucho insistir, acepté sólo por estar fuera de casa durante quince días.
Durante los primeros días, me enfadé bastante, porque no hacíamos nada más que rezar. Cuando llegamos al lugar adjudicado a los peregrinos de la diócesis de Toledo, recibí la llamada del Señor a seguirle en el sacerdocio por medio de un diácono. Conforme pasaba la Jornada, mi corazón deseaba sólo estar con Jesucristo. En la Misa de clausura, me rendí al ver al Papa. Cuando recibí la comunión, rompí a llorar. Era profundamente amado, libre de ataduras. Deseaba seguir a Cristo siendo sacerdote.
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