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Belenes

 
 
EL personal anda muy desconcertado con lo del buey y la mula, porque han oído que el Papa niega que hubiera tales animales en el Portal, y no saben si, en consecuencia, deberían quitarlos de los nacimientos. No he leído aún el libro de Benedicto XVI sobre la infancia de Jesús, que ha editado en España mi amiga Carmina Salgado, pero supongo que nada está más lejos de las intenciones del Papa que eliminar a dicha pareja de los pesebres navideños.
 
A don Julio Caro Baroja, que era agnóstico, los belenes le hicieron etnógrafo desde niño, cuando lo llevaban a la Plaza Mayor a comprar figuras de pescadores de caña, molinos de corcho y musgo abundante. A mí también me entusiasmaba montar el de mi familia, que tenía hasta un castillo de Herodes. Eso sí que era una incongruencia, porque Herodes vivía en Jerusalén. Y qué. ¿Desde cuándo le importaron al pueblo, cuando todavía había pueblo, las incongruencias geográficas o zoológicas? Lo de la mula y el buey ha creado alarma social, y no entiendo por qué. Parece como si todo el mundo pusiera todavía belenes en sus casas. No es así. Las pocas familias que lo siguen haciendo no se plantearán siquiera mover un solo elemento de su sitio acostumbrado. Los que arman el lío con el libro del Papa ni lo han leído ni echan en falta el belén.
 
Obviamente, no pongo belén en mi casa, donde, en cambio, encendemos la janukía, el candelabro judío de nueve lamparillas. Pero recuerdo con simpatía el nacimiento doméstico de mi infancia, hecho con figuras descabaladas y desiguales. Algunas, heredadas de mis bisabuelos, muy hermosas, grandes y excelentemente moldeadas, de estilo napolitano. Junto a ellas, los pastorcillos que comprábamos en la Plaza Nueva de Bilbao parecían liliputienses. Lo mismo que las vacas, ovejas y gallinas de adquisición reciente, que daban dimensión de megaterios a la mula y al buey originales.
 
Los belenes tenían su parte siniestra, pero en el nuestro no había caganers. Se supone erróneamente que la figura del caganer es una aportación catalana. Nada de eso. Era habitual en los pesebres napolitanos. He comprado algunos en Nápoles, en las tiendas del Largo de San Gregorio Armenio, además de otras figuras tomadas de la Comedia del Arte (por cierto, el Polichinela de los belenes napolitanos modernos tiene los rasgos de Totó). En cuanto al caganer, me parece evidente que se trata, en su origen, de un detalle antijudío del pesebre primitivo. Otra incongruencia: se representaba con esta figura a los judíos, a los que el nacimiento del Mesías (cristiano) habría sorprendido en plena deposición (y sin papel). Pero todos los habitantes de Belén en tiempos de Jesús eran judíos, incluidos los transeúntes que estaban allí por el padrón ordenado por Augusto y, por supuesto, los pastores que acudieron al Portal. Hay todavía una interpretación más radical: el caganer sería la expresión plástica de la más convencional de las blasfemias. Una traslación algo alambicada al plano religioso del personaje de los proverbios europeos que defeca al pie de la horca, burlándose así de la muerte. Este personaje comenzó a aparecer en la pintura flamenca del siglo XVI (como en el cuadro de Bruegel el Viejo), y de ahí lo tomaron, probablemente, los artesanos de Italia.
La imaginación popular ha sido siempre anacrónica. Ni el tiempo ni la exactitud histórica le han importado lo más mínimo. Disfrutaba de una libertad que la imaginación moderna ha perdido, y por eso los pedantes andan ahora intentando cargarse, con el pretexto del libro del Papa, lo que queda de una tradición que permitía al pueblo cristiano vivir a su modo la gran experiencia artística del Año Litúrgico.
 
JON JUARISTI

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