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10 preguntas sobre el sentido de la mortificación cristiana


¿La mortificación cristiana es una especie de masoquismo?

No, porque la mortificación cristiana no busca el dolor por el dolor. No tiene nada que ver con el masoquismo.

La mortificación cristiana no castiga al cuerpo porque lo considere malo frente al alma, que sería buena.

El cristianismo valora profundamente el cuerpo humano.

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¿Por qué el cristianismo valora tanto el cuerpo humano?

Porque el cristianismo sabe que el cuerpo ha sido creado por Dios y, por tanto, es bueno.

Y sabe, además, que el cuerpo ha sido destinado a la inmortalidad y a la gloria, cuando al fin de los tiempos el cuerpo resucite semejante al Cuerpo Glorioso de Jesucristo(cfr. Fil 3, 1; Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et spes, n. 14).

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Entonces, si lo valora tanto ¿por qué enseña la penitencia que es castigar al cuerpo con el sufrimiento?
El sufrimiento de la penitencia cristiana no es un castigo, sino una búsqueda ordenada de unión con Cristo, por amor.

Estamos ante un misterio. No acabamos de entender del todo por qué Dios quiso redimirnos mediante la obediencia y el sufrimiento de Jesús en la Cruz. Pero es así como nos redimió el Señor.

La mortificación voluntaria cristiana es imitación de la mortificación voluntaria de Jesucristo, que padeció por nosotros y nos alentó para que le imitáramos (1 Pt 2, 21); también en la voluntariedad de la búsqueda de la mortificación.

Jesús murió por amor, y murió porque quiso: “Por esto mi Padre me ama porque doy mi vida para tomarla otra vez. Nadie me la quita sino que yo la doy por mi propia voluntad, y soy dueño de darla y de recobrarla”(Io 10, 17-18).

Nosotros podemos unirnos libremente, voluntariamente, amorosamente, a ese sacrificio por amor, si queremos y si Le queremos.

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Pero... ¿tenemos que hacer lo mismo que Jesús?

Jesús nos dijo claramente: Si alguno quiere venir en pos de mí niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame (Lc 9, 23).

Es decir: el Señor nos invitó expresamente a hacer mortificación voluntaria, y no sólo a aceptar aquellos sufrimientos que llegan sin buscarlos (cfr., por ejemplo, Io 16, 33).

Ese es el sentido de nuestra vida -unirnos a la Cruz de Cristo-, como recuerda santa Teresa:

Que no queramos regalos, hijas; bien estamos aquí; todo es una noche la mala posada. Alabemos a Dios. Esforcémonos a hacer penitencia en esta vida. Mas ¡qué dulce será la muerte de quien de todos sus pecados la tiene hecha y no ha de ir al purgatorio! ¡Cómo desde acá aun podrá ser comience a gozar de la gloria! No verá en sí temor sino toda paz. (Camino de perfección, cap. 40, 9).

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¿No bastó con su sacrificio en la Cruz?

Bastó. El Sacrificio de Cristo es suficiente y sobreabundante para la Redención de todo el género humano; y no sólo no son necesarios otros sacrificios, sino que ningún otro sacrificio es agradable a Dios: la Cruz de Jesús y su renovación sacramental en la Santa Misa, es el único Sacrificio de la Nueva Alianza.

El Señor no quiere que hagamos otros sacrificios; sino que nos unamos con nuestro sacrificio, al único Sacrificio: el sacrificio de la Cruz.

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Se dice que la mortificación corporal cristiana es una costumbre de la Edad Media.

San Pablo escribía muchos siglos antes de la Edad Media, en el siglo I: Estoy cumpliendo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia(Col 1, 24).

Por tanto, la mortificación corporal es algo para los cristianos de todos los tiempos: del siglo I, del siglo XIII, del siglo XX y del siglo XXI.

Como recordó el Concilio Vaticano II es uno de los modos de la abnegación en que se ejercita el sacerdocio común de los fieles (cfr. Conc. Vaticano II, Const. Dogm. Lumen gentium, n. 10).

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¿La mortificación perjudica la salud?

La mortificación cristiana nos hace más solidarios con el sufrimiento de millones de personas que padecen todo tipo de enfermedades físicas y morales.

La auténtica mortificación corporal cristiana no debe hacerse nunca de forma desmedida o incontrolada; y por tanto, cuando se vive ordenadamente no perjudica nunca la salud.

La mortificación cristiana sólo perjudica a la pereza, a la blandenguería y a la lujuria (la lujuria, por ejemplo, sí que tiene consecuencias que perjudican gravemente a la salud).

De hecho, las prácticas tradicionales de mortificación en la Iglesia Católica (como el ayuno, el uso del cilicio o de las disciplinas, etc., presentes en la vida de tantos cristianos) son muy poca cosa en comparación con los sufrimientos físicos y morales que han de sufrir diariamente innumerables personas del mundo, por enfermedad, por soledad, marginación, pobreza, etc., con las que la mortificación nos hace más solidarios, de algún modo.

Basta pensar, por ejemplo, en las personas que sufren graves limitaciones físicas, accidentes, etc.

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Muchas personas no entienden el sentido de la mortificación

Muchas personas se mortifican hoy sólo para adelgazar, llegando hasta extremos peligrosos.

Depende de aquello a lo que concedan verdadero valor en esta vida. A los que valoran el deporte no les extraña que hayan personas que hagan grandes sacrificios y renuncias para conseguir determinadas metas deportivas, como hacen los los deportistas de élite.

Otros valoran la estética y se mortifican, día tras día, para adelgazar hasta alcanzar la silueta que desean. ¡Incluso se someten a operaciones de quirófano, con riesgo de sus vidas!

El problema no radica en la mortificación en sí misma, sino en su finalidad.

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¿En su finalidad?

Gran número de jóvenes se esfuerzan y mortifican severamente su cuerpo para alcanzar un logro humano: económico, físico o deportivo.

Hay personas que, igual que hace dos mil años, se escandalizan de la Cruz de Cristo (cfr. 1 Cor 1, 23).

Se escandalizan de que haya cristianos que se mortifiquen, uniéndose a los sufrimientos de Cristo Crucificado y sin embargo no se escandalizan cuando otros se mortifican y se niegan a sí mismos en actividades que exigen altas cotas de renuncia (por ejemplo, para ganar un maratón).

Para entender la mortificación cristiana hay que aceptar la posibilidad de que una persona se esfuerce para alcanzar un fin más alto que un logro deportivo, una buena silueta o una naríz armónica.

Como escribía san Pablo, el atleta es continente en todo, y sólo para alcanzar una corona perecedera; mientras que nosotros la esperamos eterna (1 Cor 9, 25).

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¿Hay más razones para mortificarse?

El hombre experimenta numerosas tendencias opuestas a la dignidad del hombre (soberbia, pereza, concupiscencia de la carne, etc.), que dificultan reconocer la verdad y realizar el bien.

La Revelación divina y la fe muestran el origen de ese desorden interior que hay en el hombre: es el pecado original que, incluso una vez perdonado por Dios, ha privado a la naturaleza humana de la impasibilidad de la que gozaba Adán y además, ha dejado herida esa naturaleza (Conc. Vaticano II, Const. Gaudium et spes, n. 13).

Esas heridas de la naturaleza, debidas al pecado original, pueden agravarse por los pecados personales, que suelen engendrar vicios.

Pero estas heridas pueden también aliviarse: por la gracia divina, que eleva y sana la naturaleza, y por la mortificación cristiana.

La mortificación cristiana ayuda a rechazar los impulsos desordenados y purifica los actos humanos y al mismo hombre.

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¿Y no basta con mortificarse de vez en cuando, por ejemplo, no comiendo carne el día de Viernes Santo?
Los deportistas no se entrenan una vez al año: saben que la continuidad en el entrenamiento es decisiva: si no se avanza, se retrocede.

La mortificación habitual es un medio de avance espiritual: ayuda a identificarse cotidianamente con Jesucristo.

Es un entrenamiento muy necesario para mortificar los impulsos desordenados cuando se presenten, y ayuda a corregir las disposiciones habituales desordenadas.

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