Ir al contenido principal

La gestión del miedo

 
 
“Juan sin miedo” es un famoso cuento de los hermanos Grimm, que se ha transmitido después en distintas versiones hasta nuestros días. Trata sobre un matrimonio de leñadores que tenía dos hijos. Pedro, el mayor, era un chico muy miedoso. Cualquier ruido le sobresaltaba y pasaba unas noches terroríficas. Juan, el pequeño, era todo lo contrario. No tenía miedo de nada, y por eso la gente le llamaba “Juan sin miedo”. Un día, Juan decidió salir de su casa en busca de aventuras. De nada sirvió que sus padres intentaran disuadirle. Quería conocer el miedo, saber qué se sentía.

Estuvo caminando durante varios días sin que sucediera nada especial. Atravesó un bosque y se encontró con una bruja de aspecto terrible, pero no le impresionó nada. Más adelante, en un claro del camino, encontró una casa donde vivía un ogro espantoso que tampoco logró asustarle. A la mañana siguiente llegó a una ciudad donde escuchó en la plaza a un pregonero. Decía que quien se atreviera a pasar tres noches seguidas en un terrible castillo deshabitado, el rey le concedería a la mano de su hija. No dudó en aceptar el reto, y ni los fantasmas ni las fieras que se encontró consiguieron asustarle, por lo que se casó finalmente con la princesa.

Había pasado por mil aventuras sin sentir miedo. Solamente al final del cuento, cuando ya se había casado con la princesa y todo funcionaba perfectamente, es cuando sucedió algo que le hizo sentir miedo por primera vez.

Hasta ese momento no tenía nada, y por eso no tenía ningún temor. Sin embargo, cuando tuvo ya su amor por la princesa, conoció también lo que era el miedo a perderla. En la medida en que nosotros queremos o valoramos algo, tenemos miedo a perderlo. El miedo es una emoción con la que nacemos, pero que se va dimensionando y templando a través de la propia educación y de la cultura en que vivimos.

Hay un miedo sano y razonable, que es natural y necesario. Si no tuviéramos miedo, no valoraríamos el peligro ni los riesgos que asumimos en cada momento. Ese miedo razonable está asociado a la prudencia y nos permite reconocer lo que nos pone en riesgo, para decidir entonces si debemos asumirlo o no. Y bastantes veces, eso es lo que más nos ayuda a pensar mejor lo que decimos, trabajar aunque nos cueste, respetar las normas establecidas, comportarnos correctamente o cumplir nuestras obligaciones.

Todos, y especialmente quienes buscan desempeñar cualquier tipo de liderazgo, sentimos miedo. Miedo al fracaso, al rechazo, a hacer el ridículo, a perder posiciones de poder o de influencia o de afecto, miedo a equivocarnos, a lo que piensen o hablen de nosotros. Pero ese miedo puede dejar de ser razonable y crecer demasiado, hasta convertirse en lo que podríamos llamar miedo tóxico, un miedo que paraliza, que lleva a vivir en una preocupación desproporcionada y patológica.

Todos procuramos anticiparnos un poco al futuro, para pensar cuál es la mejor estrategia que debemos seguir, y eso es muy razonable. Pero si nos encontramos demasiado condicionados por cosas que pueden suceder y luego casi nunca suceden, o si vemos que nos importa demasiado lo que piensan o puedan pensar los demás, entonces es bastante probable que estemos siendo gobernados por nuestros miedos en vez de gobernarlos nosotros.

Lo que nos motiva y nos interesa, siempre lleva asociado un riesgo y, por tanto, también un miedo. No hay una cosa sin la otra, igual que no hay rosas sin espinas, luces sin sombras, o amor sin sufrimiento. Ha de haber un equilibrio entre nuestros deseos, que siempre traen consigo miedos y ansiedades, pero que son necesarios, y el margen que concedemos a esas naturales aprensiones. Pero sin olvidar que, al menos en la cultura latina, vivimos en una sociedad muy afiliativa, en la que nos preocupa demasiado la aprobación del grupo, de nuestro entorno. Nos cuesta hablar en público, aprender idiomas, ser coherentes cuando supone salirse de lo que hacen quienes nos rodean. Por eso solemos arrepentirnos más de lo que hemos dejado de hacer, que de lo que hemos hecho. Si eso sucede, quizá tenemos que afrontar mejor el miedo, superar el temor al cambio, arriesgar un poco más.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Diez Mandamientos sobre la Amabilidad

1. Sonreír siempre, aun sin ganas y a solas para entrenarse. 2. No decir NO ni a un mandato ni a una súplica. 3. Evitar al prójimo todos los disgustos posibles. 4. Mostrarse contento y satisfecho aunque la procesión vaya por dentro. 5. Esforzarse por ser simpático y más aún a los que no son antipáticos. 6. Utilizar: gracias, por favor... 7. Si hay que reprender, saber dominar el genio y después reprender serenamente. 8. Hacer agradable el trato a las personas con las que se convive. 9. Usar formas amables con todo el mundo. 10. Si hay equivocaciones, reconocerlo abiertamente y disculparse

La prueba final de amor

John X se levantó del banco, arreglando su uniforme, y estudió la multitud de gente que se abría paso hacia la Gran Estación Central. Buscó la chica cuyo corazón él conocía pero cuya cara nunca había visto, la chica de la rosa. Su interés en ella había comenzado 13 meses antes en una Biblioteca de Florida. Tomando un libro del estante, se encontró intrigado, no por las palabras del libro sino por las notas escritas en el margen. La escritura suave reflejaba un alma pensativa y una mente brillante. En la parte del frente del libro descubrió el nombre de la dueña anterior, la señorita Hollys Maynell. Con tiempo y esfuerzo localizó su dirección. Ella vivía en Nueva York. Él le escribió una carta para presentarse y para invitarla a corresponderle. Al día siguiente, John fue enviado por barco para servir en la Segunda Guerra Mundial. Durante un año y un mes, los dos se conocieron a través del correo, y un romance fue creciendo. John le pidió una fotografía, pero ella se negó. Ella sentía ...

Novena de la Inmaculada, Cuarto día

Causa de Nuestra Alegría Quienes estuvieron cerca de Nuestra Señora participaron del inmenso gozo y de la paz inefable que llenaba su alma, pues en todo se reflejaba "la riqueza y hermosura con que Dios la ha engrandecido. Principalmente por estar salvada y preservada en Cristo y reinar en Ella la vida y el amor divino. A ello aluden otras advocaciones de nuestra letanía: Madre amable, Madre admirable, Virgen prudentísima, poderosa, fiel... Siempre una nueva alegría brota de Ella, cuando está ante nosotros y la miramos con respeto y amor. Y si entonces alguna migaja de esa hermosura viene y se adentra en nuestra alma y la hace también hermosa, ¡qué grande es nuestra alegría!". ¡Qué fácil nos resulta imaginar cómo todos los que tuvieron la dicha de conocerla desearían estar cerca de Ella! Los vecinos se acercarían con frecuencia a su casa, y los amigos, y los parientes... Ninguno oyó de sus labios quejas o acentos pesimistas o quejumbrosos, sino deseos de servir, de darse a lo...