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"Remar contra corriente"



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William Wilberforce era un estudiante en la Universidad de Cambridge que procedía de una familia acomodada de Yorkshire. Desde muy joven demostró unas brillantes dotes como orador, hasta el punto de que fue nombrado miembro del parlamento británico a los 21 años. Su disoluto estilo de vida cambió completamente cuando, un tiempo después, se convirtió a la fe cristiana y comenzó a interesarse por la reforma social, en particular por la mejora de las condiciones laborales en las fábricas de Gran Bretaña.
Conoció por entonces a Thomas Clarkson y, gracias a él, se interesó también de modo especial por el siniestro negocio de la trata de esclavos, una lacra que afectaba por entonces a todo el mundo occidental, y en particular al Imperio Británico. Ambos amigos iniciaron intensas campañas para que se pusiera fin al comercio de buques que transportaban en terribles condiciones a millares de esclavos negros desde África hasta las Indias Occidentales. En aquellos barcos viajaban como simples mercancías y, a su llegada a los mercados occidentales, eran vendidos para trabajar en las fábricas y plantaciones, careciendo de todo derecho.

Desde su escaño en el Parlamento Británico, Wilberforce tuvo la audacia y la constancia de liderar una larga y difícil batalla en contra de las leyes británicas que amparaban la esclavitud, aun sabiendo que la mayoría de los parlamentarios tenían importantes intereses económicos personales en muchos negocios que dependían de la mano de obra procedente de ese comercio que, lamentablemente, además de muy lucrativo, era un importante pilar de la economía de la época.

En 1791, Wilberforce propuso a la Cámara de los Comunes su primer proyecto de ley para abolir el comercio de esclavos. La propuesta fue rechazada con toda rotundidad, pero él no se arredró. Siguió defendiendo enérgicamente su propuesta, que todos consideraban una osadía intolerable, hasta que finalmente, en el año 1807, su proyecto de ley fue aprobado por el Parlamento Británico y la trata de esclavos fue abolida.

Habían sido 16 años de lucha incesante, en los que sufrió innumerables ataques y contratiempos. Además, el gran avance que supuso esa nueva ley, no liberó todavía a quienes entonces eran esclavos. Tuvieron que transcurrir aún 26 años más, hasta que, en 1833, se aprobó un acta para dar la libertad a todos los esclavos en el Imperio Británico. Concluida esa batalla a la que Wilberforce había dedicado 42 años de su vida y gran parte de sus energías, falleció pocas semanas después y fue enterrado con todos los honores en la Abadía de Westminster.

La película “Amazing Grace” ha recogido de forma brillante lo que fue su vida, un remar contra corriente, luchando contra algo que por entonces se consideraba normal e inevitable. Tuvo que resistir los ataques de quienes le veían como un inoportuno, como un personaje extemporáneo que venía a perturbar sus adormiladas conciencias y a arruinar sus pujantes negocios. Pero, por fortuna, su constancia superó lo políticamente correcto y rompió unas barreras que por entonces se pensaba que durarían siglos.

Cada época se caracteriza tanto por sus intuiciones como por sus ofuscaciones. La historia muestra cómo pueblos enteros han permanecido durante períodos muy largos sumidos en errores sorprendentes. Y muestra también cómo han sido personas singulares las que, con su coraje y su entrega, han logrado despertar a sociedades que asistían amodorradas a espectáculos bochornosos.

Es indudable que, en esto, nuestra época no es distinta a las anteriores, y que hoy dependemos igualmente de que surjan esas personas que tengan la valentía de decir que no se puede matar al no nacido, que los embriones no son un material de laboratorio o de comercio, que los enfermos terminales tienen una dignidad, o que no se pueden imponer políticas que degradan la dignidad de la familia o de la escuela. Por fortuna, remar contra corriente es algo que está dentro del ser humano, y una de sus principales fortalezas y garantías de su dignidad, que le permiten salir de los escollos y revueltas del transcurrir de su historia.

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