En un artículo publicado en The Daily Telegraph, la periodista Angela Neustatter reflexiona sobre la tendencia actual al emotivismo sobre los proyectos duraderos, lo que lleva a algunos a romper sus compromisos conyugales cuando desaparece el encanto de los comienzos
Neustatter se apoya en las conclusiones
de un informe realizado por Grant Thornton-Reino Unido, una
organización especializada en el sector de la auditoría. Después de entrevistar
a 101 abogados de familia, esta empresa concluye que el aburrimiento se ha
convertido en la gran amenaza de las parejas para permanecer juntas.
La infidelidad, que antes encabezaba la lista
de razones principales para las rupturas conyugales, ha sido ahora sobrepasada
por otra causa: la de quienes afirman que “ya no estamos enamorados” o
“nos hemos ido distanciando”.
Estas conclusiones están en sintonía con las
estadísticas de divorcio en Reino Unido que maneja Neustatter: de
media, dice, los matrimonios se rompen a los 11 años. Y también coincide con la
tendencia al emotivismo en las relaciones amorosas.
Tendencia que pusieron de manifiesto Malcolm
Brynin, coeditor de Changing Relantionships, un polémico estudio
publicado por el Economic and Social Research Council en 2009, en el que
afirma que la gente se junta y permanece unida sólo cuando obtiene una ventaja
personal.
Curioso
“romanticismo”
Ya se sabe que el
romanticismo en una relación amorosa va y viene. El mérito de One Poll,
una empresa especializada en encuestas, está en haber logrado “medir” su
duración. Por lo visto, el encanto se esfuma –de media– a los dos años, seis
meses y 25 días después de contraer matrimonio. Eso es precisión.
De todos modos,
dice Neustatter, la desaparición del romanticismo en el matrimonio –algo
que seguramente habrá ocurrido en todos los tiempos– causará más o menos
estragos en función de la actitud de los cónyuges. Si las expectativas de una
persona son que mi marido o mi mujer me satisfagan en todo momento, es
previsible suponer que este problema no hay “romanticismo” que lo
arregle.
De ahí que
Neustatter piense que el enfoque adecuado ante la falta de romanticismo
en el matrimonio sea el de trabajar juntos –marido y mujer– sobre la relación
conyugal. Resistir, codo con codo, los momentos de adversidad. Y volver a sacar
brillo al matrimonio con pequeños gestos.
Crisis
superada
“Ha llegado el
momento de ponerse personal”, escribe Neustatter. “Mi marido
Olly y yo alcanzamos el clásico punto ‘por los suelos’ en nuestra
relación cuando nuestros hijos dejaron el hogar. No veíamos nada bueno en que
cambiara el tamaño de nuestra familia y no encajamos bien las nuevas
circunstancias; cada vez parecíamos más irritados el uno con el otro, y
empezábamos la deriva hacia el distanciamiento. Sin duda, estábamos en ese
momento de perplejidad en que todo hacía aconsejable la
separación”.
Entonces se
pararon en seco. ¿Qué pasaría si cada cual se fuera por su lado? Pues que, tarde
o temprano, lo más probable –dice– es que acabarían echándose de menos tras dos
décadas y media de convivencia, y acabarían echando de menos también la historia
familiar que habían construido juntos.
Así que se
pusieron manos a la obra. “Empezamos a comportarnos como al principio de
nuestra relación, haciéndonos comidas especiales el uno al otro, escapadas al
cine, vacaciones cortas para dos, comidas de domingos con nuestros hijos una vez
al mes. Y mientras nos íbamos aproximando, fue posible hablar de cómo nos
habíamos ido distanciando y de la gozada de crecer juntos otra
vez”.
El que
Neustatter haya mostrado aquí su intimidad no tiene nada que ver con un
reality show. Más bien, se trata de un pequeño testimonio que refuerza la
afirmación que viene después: “Las investigaciones actuales muestran que si
la gente logra manejar y resistir las malas rachas, dirige su atención a lo que
tiene y comparte con el otro en vez fijarse en lo que se está perdiendo, los
beneficios psicológicos y físicos son enormes”.
“No es una
cuestión de moralidad versus narcisismo –como si hubiera que elegir entre
escalar una cumbre o quedarse la cama autocompadeciéndose–, sino de entender qué
es lo que, al final, nos hace felices”.
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