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Novena de la Inmaculada, Septimo día



Refugio de los pecadores

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores,..

Siempre es posible el perdón. El Señor desea nuestra salvación y la limpieza de nuestra alma más que nosotros mismos. Dios es todopoderoso, es nuestro Padre y es Amor. Y Jesús dice a todos, y a nosotros también: no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Él nos llama y en esta Novena con más fuerza - para que, con la ayuda de su Madre, nos despeguemos del egoísmo, de pequeños rencores quizá, faltas de amor, juicios precipitados sobre los demás, faltas de desprendimiento... Debemos acercarnos a la gran fiesta de Nuestra Señora con un corazón más límpio. En la intimidad del corazón, debemos sentir esa llamada a una mayor pureza interior. Una tradición muy antigua narra la aparición del Señor a San Jerónimo. Jesús le dijo: Jerónimo, -qué me vas a dar?; a lo que el Santo respondió: Te daré mis escritos. Y Cristo replicó que no era suficiente. ¿-Qué te entregaré entonces? ¿mi vida de mortificación y de penitencia? La respuesta fue: Tampoco me basta. ¿Qué me queda por dar?, preguntó Jerónimo. Y Cristo le contestó: Puedes darme tus pecados, Jerónimo. A veces puede costar reconocer ante Dios los pecados, las flaquezas y los errores: darlos sin envoltura alguna, como son, sin justificación, con sinceridad de corazón, llamando a cada cosa por su nombre. Dios los toma porque es lo que nos separa de Él y de los demás, lo que nos hace sufrir, lo que impide una verdadera vida de oración. Dios los desea para destruirlos, para perdonarlos, y darnos a cambio una fuente de Vida.

Enseña San Alfonso María de Ligorio que el principal oficio que el Señor encomendó a María es ejercitar la misericordia, y que todas sus prerrogativas las pone María al servicio de la misma.

Resulta sorprendente, gozosamente sorprendente, la insistencia de Jesús en su llamada constante a los pecadores, pues el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido. A través del ejercicio de esta actitud misericordiosa para con todos, le conocieron muchos de quienes vivieron cerca de El: los fariseos y los escribas murmuraban -y decían: éste recibe a los pecadores y come con ellos. Y, ante el asombro de todos, libra a la mujer adúltera de la humillación a que está siendo sometida, y luego la despedirá, perdonada, con estas sencillas palabras: Vete y no peques más. Siempre es así Jesús. Nunca entre en nuestra mente -recomendaba el Cardenal Newman- la idea de que Dios es un amo duro, severo. Esta imagen es la que se puede formar quien se comportaría de esa manera -con enfado, con dureza, con frialdad-, quien se sintiera ofendido por otro. Pero Dios no es así, nos quiere más, nos busca más cuanto peor es nuestra situación.

La misión de María no es ablandar la justicia divina. Dios es siempre bueno y misericordioso. La misión de Nuestra Señora es la de disponer nuestro corazón para que podamos recibir las innumerables gracias que el Señor nos tiene preparadas. "¿No será María un suave y poderoso estímulo para superar las dificultades inherentes a la Confesión sacramental? Más aún, ¿no invita Ella a la aceptación de esas dificultades para transformarlas en medio de expiación de las culpas propias y ajenas?". Acudamos siempre a Ella mientras nos preparamos y disponemos a recibir este sacramento.

Santa María, "Esperanza nuestra, míranos con compasión, enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos a levantarnos, a volver a Él, mediante la confesión de nuestras culpas y pecados en el Sacramento de la Penitencia, que trae sosiego al alma".

D. Francisco Fernández Carvajal

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