Hay ventajas que no compensan
Maldito regalo envenenado con el que algunos jefes encadenan a sus subordinados. Me refiero a esos teléfonos galácticos que no sólo sirven para mantener una conversación sino para recibir, sin freno, correos electrónicos, informes, presentaciones… Es cierto que el aparatito de marras ofrece cierta distinción, que quien lo porta puede presumir de no ser un mileurista (en principio), pero demoníacas las cadenas que se amarran al cuello de quien lo porta. Porque las empresas saben que el dichoso presente –muy caro, muy moderno, muy singular– favorece un control férreo sobre la libertad del empleado una vez éste se marcha a casa (casi siempre mucho después de la hora que en contrato le corresponde) y, sobre todo, desde que da comienzo el fin de semana.
Uno de estos modernos condenados a galeras me explicaba que había firmado un añadido a su contrato laboral, un compromiso de “máxima disposición” que aumentaba su sueldo e iba acompañado por el teléfono sideral. De hecho, a lo largo de nuestro almuerzo aquella pantalla no cejó de anunciar una cascada de emails que impedían el normal desarrollo de una comida entre amigos. La “máxima disposición” incluye, por supuesto, la obligatoriedad de encontrarse localizado las veinticuatro horas del día, incluidos los momentos de descanso, así como que la oficina sea prioritaria a las necesidades familiares. Es decir, que si uno se encuentra abrazado a su santa esposa y suena el aparatito, ¡hay que contestar inmediatamente! O que si por fin llega el momento de dedicar un rato de exclusividad a los hijos, el teléfono galáctico se encarga de poner las cosas en su sitio y recordarnos a quién hemos vendido el alma.
En la vida familiar no hay nada más dañino que la infidelidad, que los “cuernos”. Ahora, este tipo de traiciones no sólo tienen que ver con camas ajenas sino que pueden fraguarse con la tecnología, es decir, con la tecnología puntera unida al trabajo, lo que todavía es peor.
Tenemos que encontrar la manera de denunciar a todos aquellos jefes que cometen la vileza de colarse en la intimidad de un matrimonio.
Miguel Aranguren
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