Julián Marías ha definido a la felicidad el “imposible necesario”, la gran paradoja, porque todos tenemos necesidad de ser felices pero no acabamos de conseguirlo en esta vida.
Empeñarse en la propia felicidad es billete seguro a la depresión y a la frustración. La felicidad, nos dice Javier Cuadras en su excelente libro, “Después de amar, te amaré”, es como el sueño en una noche de insomnio: cuanto más se concentra uno en aprehenderlo, más esquivo se hace. Sin embargo, si, como dicen los especialistas en sueño, uno se olvida, se levanta, lee…entonces es más probable que el sueño acuda.
La conclusión de esto es que uno no vive para ser feliz, sino para hacer feliz. Por ejemplo, en el matrimonio el compromiso del amor es la felicidad del otro, no la propia, porque a nadie se le oculta que si la única o la primera felicidad que buscamos es la nuestra, no amamos al otro, sino a nosotros mismos, cosa, por otra parte, bastante natural. Amar a los demás requiere esfuerzo. Pero es un esfuerzo muy bien remunerado: olvidarnos de nuestra felicidad tiene como recompensa esa misma felicidad. La experiencia de cada uno de nosotros lo confirma.
No busquemos la alegría en grandes profundidades. Desde luego, como recuerda Martí, lo primero es la paz interior, con ella, la alegría está asegurada pase lo que pase.
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