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No, no me voy de la Iglesia


Qué discutible eres, Iglesia, y sin embargo, cuánto te quiero.
Cuánto me has hecho sufrir, y sin embargo, tengo necesidad de tu presencia.
Me has escandalizado mucho, y sin embargo, me has hecho entender la santidad.
Nada he visto en el mundo más oscurantista, más comprometido, más falso, y nada he tocado más puro, más generoso, más bello...

Cuántas veces he tenido ganas de cerrar en tu casa la puerta de mi alma y cuántas veces he pedido poder morir entre tus brazos seguros.
No, no puedo librarme de ti porque soy tú, aún siendo completamente tú.
Y después ¿Dónde iría?
¿A construir otra?

Pero no podré construirla sino con los mismos defectos, con los míos que llevo dentro. Y si la construyo, será mi iglesia y no la de Cristo.

Soy bastante mayor para comprender que no soy mejor que los demás...
Aquí está el misterio de la Iglesia de Cristo, verdadero misterio imprenetable.
Tiene el poder de darme la santidad y está formada toda ella, del primero al último, de pecadores y... ¡Qué pecadores!

Tiene la fe omnipotente e invencible de renovar el misterio eucarístico y está compuesta de hombres débiles que están perplejos y que se debaten cada día contra la tentación de perder la fe.
Lleva un mensaje de pura transparencia y está encarnada en una masa sucia como es sucio el mundo.
Habla de la dulzura del Maestro, de su no-violencia, y en la historia ha mandado ejércitos a destruir infieles y a torturar herejes.
Transmite un mensaje de evangélica pobreza y busca dinero y alianzas con los poderosos...

No, no me voy de esta Iglesia fundada sobre una piedra tan débil, porque fundaría otra sobre una más débil que soy yo...

Pero, además, ¿Qué cuentan las piedras? Lo que verdaderamente cuenta es la promesa de Cristo, el cemento que une las piedras, es decir, el Espíritu Santo.
Sólo el Espíritu Santo es capaz de edificar la Iglesia con unas piedras mal talladas, como lo somos nosotros.
Sólo el Espíritu Santo puede mantenernos unidos, a pesar de la fuerza centrífuga y disgregadora de nuestro ilimitado orgullo.
Aquí está realmente el mayor misterio de la Iglesia que yo rechazaría al cerrar mi corazón al hermano enemigo o al dirigirme en juez de la asamblea de los hijos de Dios.

Y aquí está el misterio:
En el fondo, soy yo esta masa de bien y del mal, de grandes y de miseria, de santidad y de pecado que define a la Iglesia.

CARLOS CARRETTO

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