Benedicto XVI rezó en silencio el jueves en la mañana en Fátima, delante de la tumba de los pastores, los testigos de las apariciones marianas entre el 13 de mayo y 13 de octubre de 1917. Dentro de la Basílica del Santuario de Fátima están los restos de los hermanos, Jacinta y Francisco Marto, beatificados hace diez años por el Papa Juan Pablo II; y Lucía de Jesús, que se convirtió después en Sor María Lucía del Corazón Inmaculado, cuya causa de beatificación inició el 13 de febrero de 2008, el tercer aniversario de su muerte. A ellos, la Virgen les indicó el horizonte de una esperanza que no defrauda, un amor capaz de consolar a quien está en peligro de sucumbir en las “ arenas movedizas de la enfermedad”.
Un consuelo que Benedicto XVI ofreció anteriormente a muchos pacientes que asistieron a la misa celebrada en la explanada del Santuario. El Papa les dijo que “las fuentes de la fuerza divina brotan justo en medio de la debilidad humana”. “El sufrimiento, vivido con Jesús”, mencionó, sirve para la salvación de los hermanos, así podrán “superar el sentimiento de inutilidad del sufrimiento que consume la persona dentro de sí misma y la hace sentirse una carga para los demás”.
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