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La madurez emocional


Se habla con frecuencia de que los jóvenes de hoy tardan más en llegar a la madurez que en generaciones anteriores. Asumir responsabilidades y saber enfrentarse a las dificultades de la vida, se muestra cada vez como algo más difícil de encontrar. Incluso el Doctor Aquilino Polaino Lorente, doctor en Psiquiatría y catedrático en Psicopatología escribió un libro sobre lo que él denominada “Síndrome de Peter Pan” o el de “la eterna adolescencia”. ¿Qué se puede hacer en estas situaciones? ¿Cómo se puede llegar a la madurez afectiva?

Cuando nos referimos a la madurez afectiva estamos refiriéndonos a un estrato de la personalidad muy relacionado con lo biológico (el nivel de glucosa en sangre, las hormonas, etc.) La afectividad está relacionada con la respuesta a la pregunta: “¿Cómo estás?”. Esta madurez afectiva tiene mucho que ver con la propia apreciación que hacemos de nosotros mismos y de los demás.

Para lograr una personalidad equilibrada y libre, es conveniente educar en las virtudes, y, especialmente en la fortaleza y en la templanza. Con ellas cada uno podrá ser más dueño de sí mismo; y por lo tanto más libre y más feliz. Una persona a la que la faltan virtudes, especialmente las dos ya mencionadas, no será libre sino esclava de sí misma, de los demás, de todo. Esta situación puede generar inseguridad y angustia. La persona inmadura presenta dificultades de adaptación: choca con los demás y podría presentar trastornos de personalidad. Los síntomas que aparecen en estas personas, y que más adelante especificaremos, están en la base de diferentes psicopatologías.

Además, en la sociedad actual, debido a la filosofía imperante, cada vez se hace más difícil la práctica de la fortaleza y de la templanza. Hoy en día, los planteamientos hedonistas, consumistas y materialistas “ahogan a niños y jóvenes” y les dificultan desarrollarse con normalidad. Está mal visto, exigirse a uno mismo, no disfrutar de algunas cosas o no comprar el último modelo de lo que sea.

La formación de la personalidad

En la formación de la personalidad hay que tener en cuenta la influencia de los padres, de los educadores y la del ambiente en el cual se educan los jóvenes. Algunas de estas malas influencias son: potenciar la comodidad, evitar todos los disgustos a los hijos o a los alumnos y darles todo lo que pidan inmediatamente.

Actualmente los chicos adquieren antes la madurez intelectual debido a que se trabaja más este aspecto con ellos, pero tardan más en madurar afectivamente. Los profesores, tienden más a enseñar a “hacer” que enseñar a “ser”. Esta metodología influye en el conocimiento, pero no facilita la madurez emocional. Muchas personas inmaduras están afectadas de perfeccionismo. Se entregan al "hacer" y buscan la seguridad en la perfección. Como hay cosas que hacen mal, se llenan de angustia. Hoy la educación está en crisis, porque no se dan suficientes estímulos para disfrutar haciendo el bien y pasarlo mal cuando se hace lo malo.

Para la madurez afectiva es también muy importante el ambiente en el que se educa. Si el ambiente es de cariño y aceptación, la persona asimila los criterios sobre el bien y el mal. Si lo que hay es temor en la infancia, no se asimilan los valores; y al llegar a la adolescencia aparece la rebelión de una forma exagerada. La falta de cariño produce inseguridad y un sentimiento de minusvalía. Unida a la inseguridad surge la angustia.

La personalidad madura se consigue por un adecuado desarrollo de la inteligencia y la voluntad. Este proceso dura toda la vida. Siempre habrá que vencer los estados de ánimo o evitar la pereza. Si por medio de la inteligencia y la voluntad conocemos nuestros estados de ánimo, podremos controlar su desarrollo y evitaremos un sin fin de problemas.

Dos tendencias fundamentales de la personalidad son moverse y experimentar. Estas tendencias son propias de la infancia. A partir de los siete u ocho años empiezan a prevalecer las tendencias del valer y del poder. Si en la formación del carácter no se han satisfecho estas tendencias, nos encontraremos ante la inmadurez afectiva. La necesidad de ser valorado y aceptado de cada persona es tan fuerte que se pone a su servicio tanto la inteligencia como la voluntad.

Rasgos de la personalidad inmadura

De la falta de valoración y aceptación, surgen las personalidades inmaduras. Todas ellas tienen en común la inseguridad. Esta inseguridad tiene los siguientes rasgos:

• Sentimiento de inferioridad. Esto hace que las personas se comparen con los demás y que tiendan a ver lo negativo.
• Angustia y nerviosismo.
• Perfeccionismo.
• Rigidez. La inseguridad lleva a aprender pocas cosas y a hacerlas constantemente, porque es lo que cada persona domina. Esta conducta puede provocar conflictos con los demás, ya que los demás tienen otras formas de actuar o de pensar.
• Pesimismo: Miedo a equivocarse.
• Inseguridad que conduce a la duda y a la indecisión. Los inmaduros dependen siempre de alguien o de las innumerables metas que se van marcando.
• Obsesivos. Como estas personas “no pueden cometer fallos”, lo planean todo.
• Elevada autoexigencia.
• Extroversión. Las personas inseguras se vuelven hacia los demás, pero no se conocen.
• Baja tolerancia a la frustración. El más mínimo contratiempo les hunde.
• Inestabilidad de ánimo.
• Respuestas emocionales desmesuradas.
• Susceptibilidad.

Como consecuencia de todo ello pueden aparecer obsesiones, depresiones, fobias y angustia.

Publicado por Vicente Huerta

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