La virtud de la benedicencia es capaz de cambiar los corazones: el corazón de quien la práctica y los corazones de los que nos rodean. Consiste en hablar lo bueno de los demás y silenciar sus defectos.
Imposible encontrar en ningún diccionario la palabra: “benedicencia”. La computadora, por medio de la eficacísima corrección automática la cambia por “beneficencia”… Sin embargo, sería una pena que este hueco de nuestros diccionarios manifieste la ausencia de esta virtud en nuestras vidas.
La palabra viene del latín, bene y dicere. Eso sería su definición: disposición firme y constante que consiste en difundir lo bueno y silenciar el mal que no debe ser divulgado.
Ahora bien, ¿cómo llevarla a la práctica? Propongo tres formas graduales para vivir esta virtud en nuestras vidas:
En primer lugar, hablar de lo que está bien, abrir el espíritu a lo que hay de bueno y bello en el mundo. Si tenemos que elegir entre comentar el último escándalo del telediario o hablar en familia del viaje del Santo Padre a Estados Unidos, ¿por qué no hablar del Papa?
El nivel siguiente consiste en esforzarse por decir del bien de una persona concreta. Es el ejemplo que Jesucristo nos da cuando dice a las multitudes que lo seguían, hablando del centurión romano: « Les digo: ni siquiera en Israel, he encontrado una fe parecida» (Lucas 7,9). Para un judío que sufría la ocupación romana, no era nada fácil decir algo similar.
Finalmente, para ilustrar el grado más perfecto de benedicencia, santa Teresa de Lisieux nos ayuda. En sus manuscritos autobiográficos, confiesa que una carmelita le era particularmente antipática. Pero en vez de evitarla, así se comportaba con ella: le sonreía cada vez que se cruzaba con ella, de tal modo que un día la carmelita le preguntó: « ¿Por qué sonríe cada vez que me ve? » Teresa le contestó: « es porque estoy contenta de verle ». ¿Contenta? Sí, pero en un nivel superior, contenta de poder ofrecer este pequeño sacrificio a Dios. Quizá esto no parece tener mucho que ver con la benedicencia, pero en realidad es exactamente la misma actitud de fondo…Si santa Teresa hubiera tenido que hablar de esta hermana carmelita, ¿hubiera hablado de sus defectos?
La virtud de la benedicencia es de verdad una virtud capaz de cambiar los corazones, el corazón de quien la práctica y los corazones de los que nos rodean. Es un verdadero medio de evangelización. Podemos hacer la experiencia, sembrar cada día un poco de esta benedicencia y veremos cómo es capaz de transformar el ambiente en que vivimos, en la familia y hasta en el puesto de trabajo.
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