
(de 7 a 12 años) Aprender a mandar. Demasiada protección. Autoritarismo malo. Educar no es cómodo. Ejercer la autoridad. Como rezongar.
Algunos niños pueden resultar especialmente difíciles de tratar. A pesar de encontrarse en una edad tranquila -"la segunda infancia" la llaman los especialistas-, desobedecen, son obstinados, no hacen caso. . . Pequeños rebeldes, con peligro de convertirse en futuros chicos problemáticos, que aún tienen solución. En el fondo de todo chico y chica hay una serie de buenos sentimientos que la naturaleza ha impreso en ellos, a los que hay que saber sacar brillo.
En muchas ocasiones, la raíz del problema se encuentra en una autoridad paterna mal ejercida. Cuando aún son pequeños, a partir de los 7 años, los hijos desobedecen por rechazo hacia lo que no les gusta: un plato de comida, irse a la cama, no poder jugar con sus amigos o usar el video, ir de visita a casa de unos familiares.. . Todos ellos pueden ser motivos de contestación, germen de futuras rebeldías.
Según crecen los hijos (entre los diez y doce años y en la adolescencia), desobedecen no tanto por fastidio de lo que se les manda, sino para protestar contra la idea de subordinación contenida implícitamente en la noción de obediencia. El contenido de la orden les importa menos que el tono de voz de quien la da. No importa tanto el qué sino el cómo. Nos encontramos en el momento de ejercer con especial prudencia la autoridad, para no echar más leña a un fuego que podría ser muy destructivo.
Aprender a mandar
No podemos olvidar que se tratan de exigencias naturales previas y necesarias en el camino hacia el logro de la independencia y del obrar responsable y autónomo.
Hemos de darnos cuenta de que es bueno que a nuestro hijo no le guste el coliflor o prefiera jugar a ir de visita. Se trata de su personalidad, y debe manifestarlo; eso sí, como padres tenemos la torea de educarles: que sean responsables paro estudiar antes de jugar, que sean fuertes para pasar par encima de los pequeñas sufrimientos. . . En definitiva, poner su amor propio del lado del bien y conseguir que obedezcan en un clima de libertad.
Cuando a un padre, o a una madre, o a un profesor no le obedecen o se le rebelan -en condiciones normales-, la falto no está de ordinario en los chicos y chicas, sino en quien manda. ¿Quieres un futuro adolescente rebelde? Aprende a ejercer la autoridad ya, pues la rebeldía crece si los hijos tropiezan con actitudes proteccionistas, autoritarios o abandonistas por parte de los padres.
Demasiada protección
Hay proteccionismo cuando los padres se resisten a admitir el desarrollo de los hijos, o reconocer que han crecido tanto física como psíquicamente. Son padres que quieren prolongar lo infancia lo máximo posible y, por tanto, la relación de dependencia de sus hi-jos. Esto les lleva o no confiar en ellos, a decidir en su lugar, a resolver lo mayoría de los problemas. . .
Autoritarismo malo
No ha de confundirse autoridad con autoritarismo. La dictadura familiar requiere poco talento, pero es mala estrategia. Ocurre cuando los padres ejercen su autoridad arbitrariamente, es decir, sin ninguna referencia a criterios válidos, de forma incongruente y como expresión de un privilegio: el de ser padres y adultos. Si además va acompañada de procedimientos humillantes para los hijos (castigos físicos, censuras en público, insultos, etc.) puede despertar en estos últimos una fuerte carga de agresividad o un sentimiento de frustración personal que complica enormemente lo situación.
Educar no es cómodo
También existe el problema del abandonismo. Supone no ejercer lo autoridad en absoluto por razones diversas: miedo a ser tachado de padre anticuado o pasado de moda, confundir autoridad con autoritarismo, no querer complicarse la vida... Este último motivo, la comodidad, suele ser hoy día el más frecuente.
Este abandono defrauda a los hijos: la autoridad de los padres es para ellos una ayuda necesaria. Un ambiente demasiado tolerante y permisivo tiene efectos negativos y se asocia a niños impulsivos, agresivos y faltos de independencia o sentido de la responsabilidad.
Ejercer la autoridad
Mandar es fácil. Conseguir ser obedecido, ya no tanto. Y que los hijos lo hagan sin necesidad de gritos y miles de prohibiciones, es todo un reto.
Debemos fomentar un estilo de autoridad que les lleve como por un plano inclinado hacia todo ese conjunto de valores positivos que deberían configurar el carácter y la personalidad de un chico maduro. Y eso depende mucho de nosotros.
Por lo tanto, es importante que los hijos no tengan la sensación de que mandamos por comodidad personal y, mucho menos, con aire de señor feudal sobre sus siervos. Es bueno que vea que nos molestamos nosotros primero: como el ejemplo arrastra, aceptarán así mejor el mandato. Si no, ¿no nos rebelaríamos también nosotros?
Hay que exigir cosas razonables, que nuestros hijos puedan llevar a cabo. Pedirles que no ensucien la ropa cuando juegan con sus amigos. . . Debemos ser realistas, pues las personas necesitan de cierto entrenamiento, necesitan aprender, y eso requiere tiempo. Además, se les debe explicar los motivos de las normas. A estas edades suelen ser muy comprensivos y un esfuerzo, un sacrificio incluso, será aceptado de buen grado si desde el principio se considera como una condición precisa para la buena marcha de algo.
No exhibir
La autoridad ha de exhibirse lo menos posible. Cada vez que se emplea se expone a un riesgo y sufre un desgaste. Tan grave es no usar de la autoridad cuando es preciso hacerlo, como emplearla de modo tan reiterado que acabemos por perderla. Mala cosa sería que el chico se acostumbrara a oír repetir a sus padres una determinada orden varias veces. Así, cada día tardará más en obedecer, y en muchas ocasiones ni siquiera llegará a hacerlo.
Como rezongar
A veces, será necesario rezongar y reprender, pero lo normal es que pueda hacerse de buen modo, y en ello va gran parte de su eficacia. Hay que tener sensibilidad para:
- escoger el momento adecuado;
- buscar unas circunstancias que no humillen;
- procurar hablar a solas y estando de buen humor; esto a veces supone esperar. Es difícil que el chico reconozca su mala actitud o sus errores si lleva aparejada una confesión cuasi pública;
- ponerse en su lugar;
- dejarle una salida airosa;
- saber intercalar unas palabras de afecto que alejen cualquier impresión de que se corrige por disgusto personal;
- y mostrar al hijo la seguridad que se tiene de que va a mejorar y corregir la conducta inadecuada.
La inoportunidad y la falta de diplomacia son errores graves. Nada conseguirá un padre o una madre que reprenda a sus hijos a gritos, dejándose llevar por el mal genio, amedrentando, imponiendo castigos, haciendo enmiendas a la totalidad y descalificaciones personales, o sacando trapos sucios y antiguas listas de agravios. Todo ello puede convertirse en un caldo de cultivo espléndido para un hijo rebelde.
Ricardo Regidor
Asesor: Alfonso Aguiló
Vicepresidente del Instituto Europeo de Estudios de la Educación
(de la revista "Hacer familia", edición española, enero 2001, sección El arte de educar de 7 a 12)
Comentarios