
Acaso la prisa sea uno de los males de nuestro tiempo, uno de los más reveladores síntomas de su debilidad intelectual y moral. Si es cierto, como afirmó Ortega, que prisa tienen sólo los enfermos y los ambiciosos, ésta sería una época enferma y ambiciosa o, tal vez, enferma de ambición. Sin embargo, pocas cosas valiosas se han hecho sin el concurso de la lentitud. Homero escribió que los molinos de los dioses muelen despacio. El prólogo de un libro de notable éxito en los sesenta rendía homenaje al lector apresurado. Por mi parte, prefiero ser lector lento, que se toma el tiempo debido para aquello que lo merece. El tiempo forma parte de la lectura. Wittgenstein deseaba ser leído lentamente. Lo que se ha escrito con lentitud debe ser leído con lentitud. ¿No es acaso la prisa una falta del respeto debido al talento y al genio creador?
Muchos piensan que una vida intensa es la que se vive deprisa, cuando la verdad es que la intensidad sólo procede de la lentitud. Incluso someten el tiempo libre a la feroz disciplina de la prisa, haciendo hasta de la diversión urgencia. La prisa pierde; la lentitud salva. El gusto por los viajes, sobre todo por los frenéticos que impiden no ya el sosiego sino ni siquiera ver algo, procede más del desasosiego que de la búsqueda del conocimiento o la sabiduría. Más que ir a algún lugar, parecen escapar de aquel en el que habitan. Cuanto menos saben adónde van, más aprisa se dirigen allí. Viajan rápido hacia ninguna parte. Se diría que no ver muchas cosas fuera preferible a ver bien una sola. ¿Acaso ve más quien viaja en avión que quien pasea por el campo? Cuanto más rápido va el tren menos vemos el paisaje. A veces, se vive tan deprisa que podemos pasar de largo y dejarnos atrás la propia vida. Vive más quien vive más lentamente. La vida no es cuestión de cantidad sino de intensidad.
Cada vez estimamos más, entre los libros actuales, esos pocos escritos con lentitud, casi siempre en el campo y entre el silencio. Sólo lo lento perdura. Ve más quien mira profundamente un solo cuadro que quien resbala la mirada sobre un centenar. A lo mejor, fue pensada y realizada sin prisa. En cualquier caso, se trata de un elogio involuntario. Debussy escribió un vals titulado «Más que lento». En música, pocos pasajes resultan tan sobrecogedores como aquellos en los que la lentitud presagia la perfección del silencio. Como el maravilloso final de la canción de Mahler «El mundo me ha abandonado», en el que el silencio en el que se abisma la música parece estar incluido en la partitura. También en el toreo la cima es la lentitud, la quietud: parar, templar,... Cuando la elegancia aún no se había extinguido, las maneras y el caminar del hombre elegante habían de ser pausados. La prisa es materialista; la lentitud, espiritual. Por eso, ésta suele ser infalible distintivo del sabio. Acaso en el ruido, el tumulto y la prisa resida la raíz de la irreligiosidad del presente.
Si vive eternamente quien vive en el presente y quien vive en el presente carece de prisa, entonces la vida eterna es la vida lenta. Wittgenstein escribió: «En la carrera de la filosofía gana el que puede correr más despacio. O aquel que alcanza el último la meta». Tener prisa sería el primer pecado filosófico. Vivir lentamente no es perder el tiempo sino ganarlo. Además, si sólo una cosa es importante, ¿a qué viene tanta prisa?
Por Ignacio SÁNCHEZ CÁMARA
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