Al poco tiempo de casarse, un joven va a visitar al sacerdote para decirle que la vida con su mujer es insoportable, y preguntarle si podría divorciarse de ella.
El sacerdote le pregunta:
- ¿Te ha sido infiel?
El responde:
- No. Eso no. Pero tiene un carácter muy insoportable y me es imposible convivir con ella.
Le dice el sacerdote:
- Bueno, pues yo solo puedo decirte lo que la Palabra de Dios dice.
Mira en Efesios 5.25 lo que se ordena a los maridos: “Maridos amad a vuestras esposas como Cristo amó a la iglesia”.
- Pero usted no me entiende. Mi mujer tiene un carácter muy difícil y yo no puedo soportarla.
- Bueno, dice el sacerdote, entonces si el primer versículo no te vale, tengo otro que quizás te sea de ayuda. Están en Mateo 19.19 y dice el Señor: "Ama a tu prójimo como a ti mismo".
- Creo que sigue sin entenderme, si usted la conociera... ¿sabe como se pone cuando se enfada?.
- Humm... Ya... Es un caso difícil... ¿eh? -dice el sacerdote-.
- ¡¡Siii!! Dice el joven esperanzado, pensando ¡por fin me entiende!
- Así que ¿no puedes amarla como esposa ni como prójimo?
- Imposible, replica el joven sin dudar.
- Entonces, ya sé -dijo el sacerdote- tengo otro mandamiento del Señor para ti, y es el que se tiene que aplicar para estos casos más difíciles. Esta en Mateo 5.44, y el Señor ordena lo siguiente: “Amad a vuestros enemigos”.
Si se deja una puerta abierta al divorcio, será muy fácil que en una discusión se hable de él y que se use como amenaza, con lo que la mente se va familiarizando con la idea y un buen día se deja de luchar y se cede ante la tentación de pretender disolver lo que Dios ha unido.
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