Se considera al soñador como un ser estúpido. Soñador aquel que cree en cosas que los demás y hasta el sentido común las han desechado por no ser reales. Soñador aquel que guía su vida a base de ideas que la soledad de la noche le hizo conocer.
Soñar es el lenguaje que utiliza el destino para comunicar a una raza especial de seres humanos que el camino es aún mucho más extenso que el que los ojos alcanzan a divisar. Soñar es vivir el futuro antes, sin tener la certeza que el sueño ya hecho realidad se lo alcanzará a ver plasmado en el teatro de la vida.
Un Soñador pensó que el mundo era redondo y la gente lo consideró loco. Pero su sueño siguió adelante; una soñadora le creyó y así compartieron el sueño llamado América.
Otro soñador pensó que la Luna era una empresa fácil de alcanzar, se vio en ella, caminó y viajó; esto, muchos años antes que los americanos aterrizaran en el Mar de la Tranquilidad.
Todo sueño implica una lucha con todos, contra el destino, contra la adversidad, contra lo evidente. Los sueños no respetan edad, leyes, estados ni personas. No miden circunstancias ni ocasiones. Fue así que Dios utilizó un sueño para comunicar a María que iba a ser madre del hijo de Dios; o a los reyes para que no volvieran por el camino andado; o a Jesús en Getsemaní para ver lo que iba a ser su calvario; y aún así, no lo impidieron. Porque para los soñadores, estos no son tales, sino verdades por ser entendidas.
Es así como un sueño se transforma en norte, luz y camino; en deseo, esperanza, en pocas palabras, un motivo para vivir.
El soñador no se rinde, no claudica, persevera, no transige. El sueño es su arma para la batalla.
El soñador sabe que su camino no es fácil y eso lo hace diferente. Porque el sueño para ser tal no debe ser una proyección de la historia. Debe de ser lo imposible, lo inaudito, lo prohibido.
El soñador no espera nunca que sus sueños se cumplan, trabaja por ellos incansablemente, porque los grandes sueños, los que dan vida, sólo tienen la recompensa en lo infinito, en el cielo de los soñadores, en lo eterno de sus ideas y en lo intangible de sus realidades.
Desdichado aquel que en la vida no ha tenido un sueño; o no ha creído en él; o no ha luchado por conseguirlo, porque habrá vivido en vano.
Por Ramiro Cepeda Alvarado
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