Abandonarse a los deseos y apetencias suele conducir al hombre a la desgana generalizada y acabar creando un grave problema para la vida sentimental.
—Supongo que también puede ser al revés, y que la desgana generalizada esté provocada por una crisis afectiva.
Por supuesto, ya que todos esos elementos influyen mucho unos sobre otros. Una tendencia al pesimismo, por ejemplo, o una sucesión de diversas frustraciones, puede producir una fuerte sensación de desgana. Y también al revés: una situación de desgana que no se aborda debidamente puede conducir a un sentimiento de frustración, pesimismo o abatimiento.
En torno a la sensación de desgana generalizada suele haber bastantes actitudes y comportamientos equivocados: excesiva autoindulgencia, escasa resistencia a la decepción, baja consideración de uno mismo, u otras razones que llevan a abordar mal los problemas afectivos y provocar un estilo de reacción sentimental autolesiva.
Una persona que sea, por ejemplo, demasiado condescendiente consigo misma acabará siendo dominada por su pereza, por su mal carácter, por su estómago, o por lo que sea, pero nunca conseguirá tomar verdaderamente las riendas de su vida.
Un estilo de vida excesivamente
permisivo e indulgente con uno mismo
es quizá una de las mayores hipotecas vitales
que se pueden padecer.
Cuando se actúa así, pronto se advierte que la supuesta satisfacción que iban a producir todas esas blanduras y contemplaciones con uno mismo, son satisfacciones efímeras y vaporosas, y que –paradójicamente– llevan a una vida de mayor sufrimiento.
Cada vez que esa persona, en contra de lo que sabe que debe hacer, cede un poco más a las pretensiones que su pereza, su estómago o su mal carácter le presenten, se siente un poco más débil, un poco menos dueña de sí, un poco más a disgusto consigo misma y un poco más tentada a volcar después ese disgusto con los demás a la primera oportunidad.
Y como esa debilidad, si no se pone remedio, es una debilidad que se alimenta a sí misma y tiende a crecer cada día más, las perspectivas de futuro para quienes así viven son realmente desoladoras. Todo su horizonte vital será como una continua decepción, que se incrementa cada vez que comprueban que van quedando a merced de su propia debilidad.
Así se lo decía a su hija la protagonista de aquella novela de Susanna Tamaro: «Cada vez que, al crecer, tengas ganas de convertir las cosas equivocadas en cosas justas, recuerda que la primera revolución que hay que realizar es dentro de uno mismo, la primera y la más importante. Luchar por una idea sin tener una idea de uno mismo es una de las cosas más peligrosas que se pueden hacer.»
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