En Barga (Italia) recrudecía la guerra. Una mujer del pueblo se prodigaba en innumerables obras de caridad. Le hicieron notar que podía caer en las garras de los alemanes. Continuó, no obstante. Los partidarios de Hitler la capturaron y la llevaron a Lucca. La metieron en la cárcel, la maltrataron y torturaron, sometiéndola después a un apremiante interrogatorio.
- ¿Es cierto que albergaba a muchas personas en su casa?
- Si
- ¿Eran ingleses enemigos?
- Eran todos hermanos míos.
- ¿Hermanos? ¿Que uniforme llevaban?
- Andrajos, ropas hechas jirones.
- Díganos la verdad, prosiguieron, apuntándole con el fusil en las sienes: ¿Eran partisanos?
- Si, también partisanos -respondió tranquila la mujer-. Pero si queréis fusilar al responsable de lo que he hecho en pro de tantos hambrientos, heridos, moribundos, no tenéis que matarme a mi, sino al que es el único culpable.
- ¿Quien es? Díganos al momento quién es, como se llama, dónde se encuentra. Enseguida, ahora. ¿Quién es?
- Entonces la mujer sacó reverentemente del bolsillo un crucifijo, lo levantó delante de los fusiles de aquellos verdugos y dijo: ¡Ahí lo tenéis, fusiladlo!
Los ojos penetrantes de esos hombres se humedecieron y bajaron sus fusiles.
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