Cada persona desde el rol que esté viviendo, puede darse cuenta que la paciencia es una herramienta fundamental para vivir la vida con más felicidad. Si eres hijo tendrás que tener paciencia para entender a tus padres, si eres espos@ tendrás que ejercitarte en este aspecto para mantener la armonía en el hogar, si eres padre la paciencia será una de tus mejores amigas. En fin, como amigo, profesor, tía, abuelo, cliente... todos necesitamos de esta importante característica.
Yo trabajo en el Gan de una de las escuelas religiosas de México, en un curso de 22 niñas de 5 a 6 años. Mi misión es repasar la lectura en hebreo con cada una de ellas, los cinco días de la semana. Sin duda, es una actividad un poco monótona, se usa el mismo libro todos los días y la mayoría de las niñas va en una misma sección de libro, por lo que hay días donde es posible que lea alrededor de 15 veces la misma página.
Es conocido que si hay algo que nosotros debemos trabajar, entonces Dios nos manda situaciones para que podamos hacerlo. En este caso, me pareció evidente que el hecho de que se me asignara esta labor en el Gan, algo tenía que ver con mi necesidad de trabajar la paciencia. Así que decidí aprovechar la oportunidad, y en eso estoy.
El otro día mientras leía con una niña que se desconcentra con facilidad, llegué casi al tope de mi paciencia y de repente, decidí sacar paciencia de donde ya no la había, tomarlo con calma y tratar una vez más. En ese momento recordé una canción que mis hijos cantan con tanta alegría y de la cual probablemente entienden poco, la canción CD que dice: "Tener paciencia, saber esperar, llegará el momento, para qué desesperar". Sí, lo logré, le di a esa niña el tiempo que necesitaba y me sentí feliz de haber dado un paso adelante.
Inmediatamente se me vino una pregunta a la cabeza, "¿Por qué no logro tener esa misma paciencia con mis hijos? Hace tiempo un amigo me comentó sobre un dicho que reflexiona sobre esto. Las palabras textuales no suenan lindas, pero en profundidad lo que nos dice es que con las personas más cercanas, los amigos o la familia, muchas veces nos damos permiso para ser lo que llamaríamos "nuestro verdadero yo": el impaciente, el enojón, el flojo, entre otros. Mientras que con el desconocido somos "nuestro mejor yo". Nos importa más dejar a alguien desconocido plantado que a un amigo, porque creemos que después de todo, el amigo nos comprende mejor.
Los sabios dicen que la bondad comienza por casa. Y así también me parece que debe ser con el trabajo de nuestro carácter. No quiero decir que no debemos hacerlo con el resto, pero ¿por qué no empezar por casa? ¿Por qué no tener la misma paciencia que tengo con las niñas del Gan con mis hijos? ¿Por qué no ser tan paciente con el marido como con ese cajero del banco que ni siquiera conocemos?
En definitiva, ¿Por qué no ser mi mejor yo con las personas que más quiero?
Autor: Carol Ergas
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