
Vinoba Bahve, el predilecto de los discípulos de Gandhi, tenía una virtud que era muy aprecia da por sus alumnos: la de ver las cosas con claridad y decidirlas aún con mayor rapidez y sin vacilaciones. Con frecuencia alguno iba a consultarle, y entonces el maestro dejaba caer la azada y tomaba la rueca para poder escuchar mejor. El alumno contaba ahora su problema con todo cúmulo de divagaciones y circunloquios y el maestro siempre acababa cortando:
-Vamos al grano. Resumo lo que usted me ha dicho.
Y el consultante veía, casi aterrado, cómo toda su historia se reducía a una forma precisa como una ecuación.
-¿Es exacto? -preguntaba el maestro.
-Sí, exacto contestaba el alumno con ojos inquietos y rostro desencajado. La solución -decía entonces el maestro- es sencilla.
-Sí -respondía el otro-, es sencilla -y explicaba cómo ya la había comprendido él-: Pero lo malo -añadía- es que es terriblemente difícil.
-No es culpa ni tuya ni mía que sea difícil -decía el maestro-. Ahora vete y obra según las conclusiones que tú mismo has sacado. Y no me hagas perder tiempo a mí pensando una misma cosa dos veces y no pierdas tú el tiempo pensando en si es difícil o no: hazla.
Y es que Vinoba, que tan rápidamente comprendía, emprendía y partía, renunciaba en un instante, sabía sobre todo liberar a la gente del peor de los males, que es oscilar entre propósitos opuestos. Sabía empujar a la más difícil de las tareas, que es la de empezar a hacer cualquier cosa enseguida.
Me parece que cualquiera que conozca un poquito la historia de las almas entenderá a la perfección este consejo de Vinoba: es siempre muchísimo mayor el tiempo que perdemos en tomar una decisión que en realizarla, y de cada cien cosas que dejamos de hacer, tal vez quince o veinte las abandonamos porque las creemos un error, mientras que las otras ochenta las dejamos por falta de coraje, aun estando seguros o casi seguros de que hubiéramos debido emprenderlas.
No estoy, lógicamente, apostando por la precipitación, pero sí advirtiendo del venenillo de la indecisión, de las esperas de príncipes azules en el amor y de ese maravilloso encuentro con Dios que se tendrá un día, mientras El llama todos los días muerto de frío a las puertas de nuestras casas.
JLMD
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