
Las personas que intentan hacer algo y fracasan
están definitivamente mejor
que los que tratan de no hacer nada y lo consiguen.
Anónimo
Conocerse a uno mismo permite
convertirse en el artífice de la propia vida,
ser fiel a lo mejor de uno mismo,
vivir la propia vida más como protagonista
y menos como un mero espectador.
Por eso la psicología y la filosofía han tratado con profusión sobre el conocimiento propio, subrayando siempre la dificultad que encierra profundizar en él. Si ya a veces es difícil incluso reconocer la propia voz en una grabación, o la propia figura en una fotografía o un vídeo en el que se nos ve de espaldas, resulta aún más difícil reconocerse a uno mismo en las diversas facetas de la propia personalidad.
El autoconocimiento supone siempre una labor ardua y progresiva. Nunca acabaremos de conocernos del todo, porque el hombre, cuando dirige su mirada hacia sí mismo, tiene que guiarse en gran parte por intuiciones. Se pregunta con frecuencia por su propia identidad, se hace cuestión de sí mismo, se vuelve a su interior en busca de respuestas.
Se trata de reflexionar con hondura. También podemos –o debemos– preguntar, y pedir consejo, pero al final nuestra vida debe ser fruto de nuestras decisiones personales, todo lo contrastadas que se quiera, pero la última palabra la debemos dar nosotros. Y esa última palabra debe ser pensada con la seriedad que se merece.
La vida de todo hombre precisa de un norte, de un itinerario, de un argumento. La vida no puede limitarse a una simple sucesión fragmentaria de días sin dirección y sin sentido. El hombre necesita saber para qué vive. Ha de procurar conocerse cada vez mejor a sí mismo y así encontrar sentido a su vida, proponerse proyectos y metas a las que se siente llamado y que llenarán de contenido su existencia.
Toda persona tiene su propia misión
o vocación específica en la vida.
Y en esa misión no puede
ser reemplazada por nadie,
ni su vida puede repetirse.
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