Ir al contenido principal

A FAVOR DE LA VIDA HUMANA V

Aborto progresista


Más execrable que el crimen del aborto me resulta la anuencia sorda, la complicidad cetrina de una sociedad que lo acepta como un mal menor, o incluso como un remedio benéfico. Una sociedad capaz de convivir silenciosamente con su oprobio es una sociedad enferma; si, además, ese oprobio se erige en mercancía de chalaneo electoral, quizá debamos preguntarnos si esa sociedad no está demandando una autopsia urgente. Vuelvo a referirme al aborto, esa incalculable abyección moral, desoyendo los consejos de mis editores, agentes y demás promotores de mi carrera literaria, que me solicitan que calle y me lave las manos, para no crearme rencillas y animadversiones. Cuando me adjudicaron el premio Planeta, varias revistas culturales propagaron mi beligerancia contra el aborto y solicitaron a sus lectores que no compraran los libros de alguien que se atrevía a pronunciar tamaña inconveniencia. Al parecer, denunciar la condición criminal del aborto constituye un síntoma de adhesión a la «derecha ultramontana»; lo progresista es acatar la barbarie, bendecirla o al menos transigir pudorosamente con ella, como si la barbarie fuese algo que no nos atañe, como si el aire que respiramos no estuviese infectado con sus miasmas. Yo quisiera que alguien me explicase con argumentos morales por qué condenar el aborto constituye un ademán reaccionario. Y que me explicara también por qué la defensa de la muerte, la impía negación del futuro constituye una muestra de progreso. Si el progreso del hombre se ha cimentado sobre el respeto a la vida, sobre su indeclinable protección, sobre su condición de bien jurídico máximo e intangible, ¿por qué estas consideraciones se soslayan cuando nos enfrentamos al aborto? ¿Qué extraño estado de excepción justifica la abolición de esos ideales de progreso? Uno sigue pensando que el progresismo se resume en la vindicación de la vida. Pero nuestros gobernantes, que se llenan la boca invocando el Estado de Derecho y demás paparruchas de boquilla, prefieren esquivar esta ignominia, o, en el colmo de la abyección, la enarbolan como pancarta para captar prosélitos. Ni siquiera haría falta aludir a un sentido trascendente de la vida para condenar el aborto; la mera biología nos enseña que la célula resultante de la concepción incorpora combinaciones genéticas propias. Causa espanto (y explica la índole hipócrita de nuestra enfermedad) comprobar cómo la misma sociedad que se subleva porque unos quintos arrojan una puta cabra desde un campanario calla sórdidamente ante el exterminio discreto de tanta vida inerme. Y causan espanto los circunloquios de cinismo que se emplean para mitigar la repugnancia de este exterminio, como esos estrafalarios «sistemas de plazos» que pretenden establecer la licitud o ilicitud del aborto dependiendo de las semanas de gestación, como si el mayor o menor tamaño del embrión delimitase diversos rangos de crimen; como si matar a un enano fuese más o menos delictivo que matar a un señor talludito. ¿No sería más progresista destinar partidas de dinero público a las mujeres que se han quedado embarazadas y no pueden acometer los gastos de crianza de su vástago? ¿No sería más progresista socorrer a las familias que no pueden hacerse cargo de una familia numerosa? ¿No sería más progresista castigar el egoísmo de las familias que sí pueden hacerse cargo pero prefieren la solución desinfectante del quirófano? ¿No sería más progresista alentar la creación de orfanatos regidos por la humanidad y el esmero educativo? Pero hemos conseguido entre todos que el progreso y el compromiso consistan en adoptar niños de Colombia, o de Groenlandia, para acallar nuestra mala conciencia. Resulta una paradoja hiriente, amén de repulsiva, que precisamente hoy, cuando la solidaridad de lejanías se ha convertido en moneda de curso corriente y en certificado de progresismo postizo, hayamos transigido con el aborto. Y, sobre todo, resulta infrahumano, tan infrahumano como caminar a cuatro patas.

Juan Mauel de Prada

Comentarios

Entradas populares de este blog

Diez Mandamientos sobre la Amabilidad

1. Sonreír siempre, aun sin ganas y a solas para entrenarse. 2. No decir NO ni a un mandato ni a una súplica. 3. Evitar al prójimo todos los disgustos posibles. 4. Mostrarse contento y satisfecho aunque la procesión vaya por dentro. 5. Esforzarse por ser simpático y más aún a los que no son antipáticos. 6. Utilizar: gracias, por favor... 7. Si hay que reprender, saber dominar el genio y después reprender serenamente. 8. Hacer agradable el trato a las personas con las que se convive. 9. Usar formas amables con todo el mundo. 10. Si hay equivocaciones, reconocerlo abiertamente y disculparse

La prueba final de amor

John X se levantó del banco, arreglando su uniforme, y estudió la multitud de gente que se abría paso hacia la Gran Estación Central. Buscó la chica cuyo corazón él conocía pero cuya cara nunca había visto, la chica de la rosa. Su interés en ella había comenzado 13 meses antes en una Biblioteca de Florida. Tomando un libro del estante, se encontró intrigado, no por las palabras del libro sino por las notas escritas en el margen. La escritura suave reflejaba un alma pensativa y una mente brillante. En la parte del frente del libro descubrió el nombre de la dueña anterior, la señorita Hollys Maynell. Con tiempo y esfuerzo localizó su dirección. Ella vivía en Nueva York. Él le escribió una carta para presentarse y para invitarla a corresponderle. Al día siguiente, John fue enviado por barco para servir en la Segunda Guerra Mundial. Durante un año y un mes, los dos se conocieron a través del correo, y un romance fue creciendo. John le pidió una fotografía, pero ella se negó. Ella sentía

Ser una persona responsable

A. LA RESPONSABILIDAD: CONDICIONES Y TIPOS 1. ¿Qué es la responsabilidad? Una persona responsable toma decisiones conscientemente y acepta las consecuencias de sus actos, dispuesto a rendir cuenta de ellos. La responsabilidad es la virtud o disposición habitual de asumir las consecuencias de las propias decisiones, respondiendo de ellas ante alguien. Responsabilidad es la capacidad de dar respuesta de los propios actos. 2. Condiciones para que exista responsabilidad.- Para que pueda darse alguna responsabilidad son necesarios dos requisitos: libertad.- Para que exista responsabilidad, las acciones han de ser realizadas libremente. En este sentido, ni los animales, ni los locos, ni los niños pequeños son responsables de sus actos pues carecen de uso de razón (y el uso de razón es imprescindible para la libertad). ley.- Debe existir una norma desde la que se puedan juzgar los hechos realizados. La responsabilidad implica rendir cuenta de los propios actos ante alguien que ha regulado