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Las palabras no son indiferentes: unas nos hacen daño, nos irritan, crean distancia; otras, en cambio, nos abren al encuentro y nos dulcifican el alma. Quien las domina y sabe utilizarlas es un gran afortunado porque tiene mucho adelantado en la vida y se evitará muchos disgustos, y lo que es más importante: será sembrador de paz y alegría.
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Bajo ningún concepto debemos hacernos concesiones en nuestro vocabulario.
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Omitir los pequeños sucesos que pueblan nuestros días es una prueba clara de elegancia, porque a la hora de hablar hay que elegir los mejores temas de conversación, los más interesantes, aquellos que por su riqueza espiritual son capaces de enamorar al alma. Pero para esto es necesario tener ideas, y para tenerlas es necesario leer, pensar, reflexionar, estar enamorado de la cultura en sus distintas manifestaciones.
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Siempre es la cultura la que nos saca del pueblerino mundo de nuestro yo y nos sitúa ante un universo repleto de sugestivas búsquedas intelectuales.
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La sonrisa es elegante. Y, también, todo lo que ella conlleva: el buen humor, la alegría, la paz interior. La sonrisa es lo mejor que podemos ofrecer a quienes nos acompañan, de ahí su elegancia.
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La queja en muchas ocasiones supone una falta de sencillez por no aceptar, en silencio, lo que la vida tiene de sufrimiento.
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Nada perfuma tanto al espíritu como la virtud.
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Nada enaltece tanto a un hombre y a una mujer como su capacidad de acogida.
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No es posible la elegancia si detrás de unas formas bellas no existe un comportamiento moral que enaltezca y las integre.
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La densidad de nuestra vida está en función de la cantidad y la calidad de nuestros intereses.
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Es más rentable a la hora de querer ser elegantes comprar libros que ropa.
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En cierto modo son equiparables un buen libro y una buena colonia, el libro aromatiza el alma, el segundo al cuerpo, y ambos a la persona: todo un éxito.
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Todos necesitamos convencernos una y otra vez, hasta haberlo incorporado a nuestra estructura mental, de que nada es tan importante como creemos y de que todo tiene solución, y si se quiere, que de las situaciones más adversas podemos obtener bienes.
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La buena educación es una actitud que constantemente hace acto de presencia.
Citas del libro de Miguel-Angel Martí García; La Elegancia, 2ªedición (2001), Ediciones Internacionales Universitarias, 1993, Madrid,
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